hostiles los mapas del quebranto,
la geografía neta del dolor,
donde los campos roturan
los surcos depauperados
sobre los ecos estériles del desamor.
Una canción, una canción de lluvias
se desteje, como un lamento largo,
como un beso seco
en la huida de estos versos,
fijados con silencios de esparadrapo.
Una voz irrumpe,
una nostalgia acude, en los días
que se tiñen destripados
bajo el peso diagonal del berbiquí.
La aguas abren cauces de agonía,
una paloma muerta
entre la ropa tendida pudiéndose al sol,
vano es hablar, la geometría
de los espacios en corrupción.
El viejo reloj, un té, una ventana
abre una vista atónita
del paisaje desolado de la ciudad,
monótonas casas, algarabías
de pájaros en desbandada,
un cielo triste, luz macilenta,
el alma que anhela (un exabrupto)
el eco oscuro del mar.
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