Me he llevado una sorpresa rastreando en internet . Desconocía la resonancia que en su tiempo tuvieron los versos de Roger Wolfe. Recuerdo que allá por los alocados ochenta tuve ante mis ojos un manoseado papel de libreta, en el que venía escrito un bisoño poema del escritor inglés. Me chocó su ingenuidad algo naïf y le devolví aquellos versos que a mí, francamente, me decían poco y jamás pensé que fraguaran.
Conocí a Roger Wolfe en la noche alicantina de los ochenta. En la montaña rusa del trasnocheo, nos dolíamos y nos emborrachábamos juntos. El bebía como un digno inglés las pastosas cervezas de la madrugada; yo, me descarriaba en la tentativa de beberme el océano, hasta que el océano acabó por tragarme. Hablábamos de literatura, pero creo que ambos hablábamos distintos lenguajes. El familiarizaba con el mundo; yo, no congeniaba con éste y me refugiaba en los salones recatados de la burguesía.Yo bebía los vientos por la facundia de James Joyce, más él solía recelar reservándose en su elemental exposición, que luego se le llamó realismo sucio.
Cuando el mar me tragó, en el naufrágio desapareció también Roger Wolfe, que debió regresar a Inglaterra para forjarse allá como un nuevo Shelley. Los años han pasado; sigo su pista en las redes. Ante mí aparece esa vieja voz, la desnudez de una poesía que me sigue dejando atónito. El peso de la retórica acaso influya a la hora de discernir con justeza, con una perspectiva lúcida. Veamos lo que nos depara el tiempo en el futuro. En cualquier caso, desde esta otra onda, Cheers, Roger.
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