El NIÑO QUE LEÍA A KAFKA.

Enrique era un niño...bueno, más bien, un adolescente. Era un niño tierno, aunque el quería ser duro, que ante la vastedad del mundo se sentía acomplejado. De niño gozó de la inquietud propia de su edad; era un niño activo que salía corriendo tras el primer balón que encontraba botando en la calle. Como todo ser limitado, veneraba sus ídolos desmesurados. Festejaba su culto cada domingo en los campos de juego. Soñaba con ser un delantero veloz como Gento, o un arquero espigado e imbatido como Iribar. Llegar a ser una figura del futbol era la mejor de las aspiraciones. El mismo crecimiento, junto a su asistencia de cada domingo al estadio local, le trajo el germen del desengaño.
Quizá un temperamento bipolar contribuyó a que basculara al extremo opuesto. Se volvió desencantado, huraño, lector. ¿Quizá quería aprender qué se encontraba de cierto tras de esa realidad que no comprendía? Tal vez. Ni él se comprendía, ni los de su entorno le comprendieron.
Comenzó leyendo libros banales de la colección Reno; aún soñaba en un mundo donde era posible la aventura y buscaba esos títulos donde ésta satisfacía esos sueños. La pubertad, la sociedad, los libros, volvieron más patética su soledad. Creyó paliar su aislamiento con la amistad de estos últimos. Poco a poco sus lecturas se volvieron más selectivas. Vencido y sin horizontes, renunció a unos estudios impuestos por una sociedad de la que tal vez él jamás formara parte. En el balance que hicieron los profesores de su conducta se encontró una prueba sin paliativos: el alumno Enrique Gutiérrez Durán guardaba un ejemplar de la Metamorfosis de Kafka en el cajón del pupitre. Veradaderamente ese niño no tenía solución.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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