Aquel que se aventura en el cultivo de la literatura, deberá ir equipado de una brújula reglamentaria que le indique a qué norte encaminarse. El principal problema reside en encontrar el comercio donde se expenden dichos artefactos. Otra incógnita que la cuestión plantea es si dicho norte no nos entromete en lindes tan vagos como los de una metafísica. ¿ Son acaso infranqueables las barreras de la poética?
Desde que Aristóteles fundamentara sus bases, la concupiscencia de los siglos ha propiciado que la volubilidad de la forma se contaminase.
Como en otras disciplinas, en literatura también debe existir un canon. Lo malo es que en las letras, lejos de toda infalibilidad apostólica, no existe la certidumbre de un decálogo, aunque se siente muy cerca la tentación de la dogmática. Esta dogmática se fundamenta en el consenso de ciertas élites, llamémoslas críticas. Dichas minorías "imparciales" son las que establecen las listas de lo cuarenta principales de la historia literaria. Según Bloom debe existir un "paradigma" de obra no opinable, perfecta, a través del cual se enjuicie al resto de las demás. Sabemos que para el crítico norteamericano este modelo es Shakespeare.
Sabemos también que pueden existir tantos cánones como críticos haya.
Como existen tantas literaturas como escritores haya.
Valga una escritura crítica que constriña a férreas leyes el relato.
Pero dejadme leer indolentemente por el placer de soñar, de escuchar una voz amiga que nos haga conocer cualquier remoto misterio del mundo, de la vida, del hombre.
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