COMENTARIOS SOBRE LA MUERTE EN VENECIA

Cuento "La muerte en Venecia", de Visconti, como una de las películas importantes de mi pequeña filmoteca. La he visionado decenas de veces, y pese a su lenguaje lento, a veces parsimonioso, que en ocasiones  nos da la sensación de hastío, no deja de tentarme el revisarla en algún rato de ocio. Cierto que su relectura carece de la fascinación que sus fotogramas encierran para el espectador primerizo, pero siempre queda algo en el tintero con que rellenar la experiencia que nos suscita el film.
Yo vi por primera vez "La muerte en Venecía" durante su estreno en Alicante, creo que en el cine Chapí.
Asistí a la proyección alentado por algunos comentarios favorables que había escuchado por radio y la alusión indirecta de algún conocido. No puedo negar que la película me fascinó en muchos sentidos. Uno de ellos, no sé si el más relevante, fue el de recrear un ambiente de alta burguesía muy alejado de mi realidad personal. Ambiente exquisito que me evadía de la mezquindad vulgar que me rodeaba. Otra de las causas, sin ninguna duda, fue la belleza plástica de aquellas imágenes, que insinuaban una Venecia evocadoramente brumosa, hasta entonces desconocida. Otra de las circunstancias, era la atmósfera decadente en la que se desenvolvía el film, acentuando ese destino trágico de Aschembach entregándose inerme, hasta encenagarse, a su pasión culpable, en aras de su apolínea idolatría por esa belleza pentélica de Tadzio. Confieso que al acabar el film me invadió un singular arrobamiento estético, una enervada embriaguez que me llevó caminando hasta la orilla del mar. Tal embriagadora experiencia era la primera vez que me ocurría, y si alguna vez había llorado o reído con el cine, puedo asegurar que aquel arrebatamiento espiritual era la primera vez que me ocurría. Creo que fue entonces cuando empecé a tomar algo en serio aquello del arte, de la emoción estética, de los dominios de la belleza.
"La muerte en Venecia", está basada en la novela homónima de Thomas Mann, cuyo guión sigue en lineas muy generales. Si, en la novela, Aschenbach es un escritor, en la película se ve transformado en músico, trasunto, según declaraciones propias de Visconti, de Gustav Malher. Confieso que el von Aschenbach  de la novela está mejor acabado, esculpido por la rigurosa presentación que de él se hace en los dos primeros capítulos del libro. Es Aschenbach un escritor consagrado, estatus conseguido no sin arduos esfuerzos y una vida disciplinada, cimentada en una moralidad estricta y unas costumbres saneadas. Viudo, con una hija casada, saborea la cima de su edad adulta, amenazante ya el horizonte de la senectud. Sometido a su títánico esfuerzo de gigante de las letras, se percata de que un cierto agotamiento va venciéndolo, y comienza a sentir la afección de un inconfesable hastío por su labor. Durante un paseo decisivo por las afueras de Munich, llega al convencimiento de que debe emprender un viaje. Consultando mapas, escoge para esa temporada de asueto la costa adriática, coordenadas que lo llevarán definitivamente a Venecia. Y en esa embriagadora ciudad encontrará el más extravagante romance para un hombre maduro, la rendida inclinación por un joven adolescente extraordinariamente bello que le hará, finalmente, perder los papeles,remunciar a sus nobles ideales y consumirse en un trágico destino, asolado por la peste.
Visconti, en la creación del músico von Aschenbach, quizá pensó en la personalidad paralela de Malher, cuya música desborda el film y volvió familiar ese adagietto de la 5ª sinfonia, pero también y en gran parte de los diálogos esenciales, en esos debates entre Alfried y Gustav, se basó a su vez en la obra del propio Thomas Mann, "Doctor Faustus". Algunos comentarios y convicciones del Alfried, matizadamente nietzscheanos, son extraídos de la novela antes mencionada, donde se nos narra la vida del músico Adrian Leverkuhn, victima de esa otra peste, la sífilis, tan paradójicamente filosófica. Doctor Faustus supone, en clave musical, la experiencias del extravío del hombre moderno, en cuyo arte se conjuga claramente la tentación del abismo, descubrimiento que en el caso de Aschenbach, labrará su ruina. En cualquier caso, fue la música malheriana la que contribuyó a que el joven Paco Juliá experimentara los extraños goces de esa triple experiencia artística: plástica, musical y literaria que conforman la aureola mítica de "La muerte en Venecia".
Que el film suponga una suerte de icono para los homosexuales, que solo encuentran en su peripecia conductas pederásticas, es otra cuestión en la que no me interesa entrar, pero creo que es hacerle un flaco favor a la dignidad de Mann; trocar la sobriedad de Febo por la borrachera de Dionisos.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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