Unido a ti en la cadencia de las horas,
la tarde deshaciéndose en hastío,
pude sentir el pulso lento, la agonía
de tu memoria en la degradación del ahora.
Mis ojos se detuvieron en tu esplendor caduco,
iba muriendo, minuto a minuto,
el presente en su tránsito inestable,
la vastedad eterna perdiéndose en instante,
el agua quieta, declinaba la tarde.
Tú eras la Venecia de siempre,
yo de ese momento el inquilino.
La luz vacilaba, se desgranaba el tiempo,
mientras..., el milagro de ser nos sobrevino.
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