He frecuentado poco las literaturas orientales, en parte porque al penetrar en ellas me siento desubicado. Para una criatura del Mediterráneo, las inmensidades del oriente le resultan inabarcables en su vastedad y equívocas en su concepto. Nosotros nos hemos criado en una cultura como de andar por casa, que apenas ha variado a través de las generaciones. Lo cotidiano en la Grecia y Roma antiguas estableció una impronta en la que nos reconocemos los vecinos del Mare Nostrum. Aunque en su cuenca sur no nos identifiquemos mucho con las expresiones culturales de los pueblos egipcio y cananeo. Pero lo de estos vecinos no supone ningún jándicap si lo comparamos con las diferencias radicales con las culturas hindúes, china, nipona o indochina. La diferencia no solo es formal sino que estriba esencialmente en el fondo. Gentes mucho mas sesudas que yo han abordado el estudio de estas diferencias. El sentido de la existencia de un oriental discrepa claramente del nuestro. Nuestro espíritu de superación, de racionalidad, de conquista, de ese principio de acción mediante el cual Goethe concebía el mundo, no se entiende en unas sociedades paralizadas por el dedo de la providencia. Sociedades que aún siguen desarrollándose en el mito, bajo el dictado de unas religiones que recomiendan la inacción, el mimetismo del hombre en lo natural, de cuya voluntad arrolladora solo se escapa por el camino del Buda, sumergiéndose en el apaciguado arroyo de la nolición.
Pero todo este exordio viene porque se ha despertado en mí el interés por un autor nipón que el tiempo ha venido repitiendo en mis oídos, pero cuya lectura había postergado. Dicho autor menudeaba en la boca de Sánchez Dragó, hombre tan comprometido con la cultura japonesa, y a día de hoy con una concepción política conservadora tan en la línea del autor de que tratamos. Para una mirada superficial, Mishima, pues de tal escritor hablamos, es un facha, ya que muchos de sus conceptos y actividades concuerdan con esta ligera lectura. No cabe duda que era un tradicionalista, que quiso devolverle al Japón unos valores fundamentales que se habían perdido tras la debacle de la segunda guerra mundial. Joven delicado, con una vocación poética precoz, se trasformó a sí mismo entregándose a unos ideales en los que creía, y que hicieron antaño del país del sol naciente una nación próspera y poderosa. Fue un hombre que llevó sus convicciones hasta sus últimas consecuencias. Tras la exigencia de Mc Artur de amputar medularmente el espíritu del Japón, haciendo renunciar al emperador de su naturaleza divina, era de aguardar que se alzaran voces de descontento, y la de Mishima fue una de ellas. En occidente puede pasar por un neurótico, por un fanático delirante, pues con tal concepto se sigue entendiendo el arrojo suicida de los kamikaze. Oí por YouTube su cuento "El sacerdote y la concubina" y me pareció una delicia.
Pero todo este exordio viene porque se ha despertado en mí el interés por un autor nipón que el tiempo ha venido repitiendo en mis oídos, pero cuya lectura había postergado. Dicho autor menudeaba en la boca de Sánchez Dragó, hombre tan comprometido con la cultura japonesa, y a día de hoy con una concepción política conservadora tan en la línea del autor de que tratamos. Para una mirada superficial, Mishima, pues de tal escritor hablamos, es un facha, ya que muchos de sus conceptos y actividades concuerdan con esta ligera lectura. No cabe duda que era un tradicionalista, que quiso devolverle al Japón unos valores fundamentales que se habían perdido tras la debacle de la segunda guerra mundial. Joven delicado, con una vocación poética precoz, se trasformó a sí mismo entregándose a unos ideales en los que creía, y que hicieron antaño del país del sol naciente una nación próspera y poderosa. Fue un hombre que llevó sus convicciones hasta sus últimas consecuencias. Tras la exigencia de Mc Artur de amputar medularmente el espíritu del Japón, haciendo renunciar al emperador de su naturaleza divina, era de aguardar que se alzaran voces de descontento, y la de Mishima fue una de ellas. En occidente puede pasar por un neurótico, por un fanático delirante, pues con tal concepto se sigue entendiendo el arrojo suicida de los kamikaze. Oí por YouTube su cuento "El sacerdote y la concubina" y me pareció una delicia.