Cronológicamente nos consta que Platón era mayor que Aristóteles, de quien fue maestro. Pero yo tengo la impresión que el autor de la Metafísica era el más anciano, en tanto que el de la República era el joven y aventajado discípulo. Se da en Aristóteles la cautela de la vejez, advirtiendo en Platón la osadía juvenil. Se reconoce en sus diálogos la frescura de la juventud, mientras en el corpus del de Estagira la plúmbea gravedad de la cátedra. Platón nos enseña deleitando, su discípulo nos complica preocupando. Queda claro hacia donde se inclinan mis simpatías, aunque temo que en filosofía no debe prevalecer el gusto sino el rigor. Su búsqueda es la de la verdad no la de la belleza; debe considerársela como ciencia, no como arte. Aunque hemos de convenir que en la antigüedad el concepto de sabiduría era global y no especializado como hoy día. Hoy ya no existe el sabio sino el erudito.
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septiembre 2019
Sobre literatura griega
Leo la Historia de la literatura griega, de Albin Lesky. Sin duda una memoria fascinante. El estudioso explora los grandes hitos que la componen, desde la época homérica a la romana, en la que descollará la enorme figura de Plutarco. La exposición sobre el primer poeta griego, Homero el divino, es minuciosa y documentada, recorriendo sus dos cantos primordiales La Ilíada y la Odisea y examinando su estructura hexamétrica y la claridad de estilo. Reconocemos en cuanto a ella que somos lo que somos gracias a la contribución del aedo ciego de Quíos. De Quíos, Esmirna o Ítaca, ¡que más da! La Ilíada y la Odisea nos han proporcionado esa mitología ejemplarizante en donde se mira occidente; en ella reconoce la meta de sus aspiraciones, cuando en la vicisitud legendaria de sus héroes se compendia la "virtud" añorada. Héroes vigorosos de los que los propios dioses sienten celos, y a los que protegen o combaten según sus afectos. Estudia luego Lesky los Hinmos Homéricos, fragmentos que desconozco, pero que según el autor gozan de parecida excelencia a la obra épica.
Compara luego Lesky a los poetas líricos, tras glosar de forma exhaustiva la obra de Hesíodo. Entre Hesíodo y Homero media sin duda alguna una diferencia de clase. Mientras el uno exalta los grandes valores aristocráticos propiciatorios de la guerra, el otro es poeta del pueblo, de talante rústico, y propagador de la paz. Los Trabajos y Días nos hablan de la vida sencilla del labrador, de una Grecia cotidiana que poco tiene que ver con los fundamentos de la gloria y el honor y el valor heroico de sus hazañas, ni con el apoteosis de los dioses que recorren con sus francachelas las cumbres de la Hélade. También entre los líricos media esta distinción, pues fue claramente el beocio Píndaro representante de ese mundo privilegiado de los aristogitoi, en cuyas odas ensalza el mérito de los mejores, de los que se distinguían por sus facultades extraordinarias, esos vencedores olímpicos y píticos, respaldados sin duda por el apoyo de los poderosos. Nombres de relumbrón figurarán entre los laureados. En oposición encontramos a Arquíloco, poeta más de calle, elegíaco y ditirámbico,
Mas tarde un terremoto conmovió toda Grecia, surgió la tragedia, el arte sumo, donde la Hélade se interpretó a si misma. Ese canto de macho cabrío, que tuvo con Esquilo su mayor representante, dándole la grandeza y estructura definitivas. Las siete tragedias que han perdurado demuestran la excelsitud de su arte. Desde Los Persas, donde deslumbra la generosidad del vencedor sobre esos bárbaros humanos, a los que más tarde se enajenizó, hasta el Prometeo encadenado, donde lamenta la condena del benefactor de los hombres, pasando por la Orestíada, que deja bien patente la excelencia de su arte. Fue su genio tan vivo, tan auténtico, que en su tumba de Gela (Sicilia) escribió este epitafio: Aquí yace Esquilo, quien luchó con honor en Maratón y Salamina.
Compara luego Lesky a los poetas líricos, tras glosar de forma exhaustiva la obra de Hesíodo. Entre Hesíodo y Homero media sin duda alguna una diferencia de clase. Mientras el uno exalta los grandes valores aristocráticos propiciatorios de la guerra, el otro es poeta del pueblo, de talante rústico, y propagador de la paz. Los Trabajos y Días nos hablan de la vida sencilla del labrador, de una Grecia cotidiana que poco tiene que ver con los fundamentos de la gloria y el honor y el valor heroico de sus hazañas, ni con el apoteosis de los dioses que recorren con sus francachelas las cumbres de la Hélade. También entre los líricos media esta distinción, pues fue claramente el beocio Píndaro representante de ese mundo privilegiado de los aristogitoi, en cuyas odas ensalza el mérito de los mejores, de los que se distinguían por sus facultades extraordinarias, esos vencedores olímpicos y píticos, respaldados sin duda por el apoyo de los poderosos. Nombres de relumbrón figurarán entre los laureados. En oposición encontramos a Arquíloco, poeta más de calle, elegíaco y ditirámbico,
Mas tarde un terremoto conmovió toda Grecia, surgió la tragedia, el arte sumo, donde la Hélade se interpretó a si misma. Ese canto de macho cabrío, que tuvo con Esquilo su mayor representante, dándole la grandeza y estructura definitivas. Las siete tragedias que han perdurado demuestran la excelsitud de su arte. Desde Los Persas, donde deslumbra la generosidad del vencedor sobre esos bárbaros humanos, a los que más tarde se enajenizó, hasta el Prometeo encadenado, donde lamenta la condena del benefactor de los hombres, pasando por la Orestíada, que deja bien patente la excelencia de su arte. Fue su genio tan vivo, tan auténtico, que en su tumba de Gela (Sicilia) escribió este epitafio: Aquí yace Esquilo, quien luchó con honor en Maratón y Salamina.
Como un presentimiento
como una vaga sombra,
como un revelador fonema
en el abecedario del universo.
¿ Habré intuido o tal vez descifrado
el más allá del concepto?
El mundo o el tratado de la luz:
esa luz que se agazapa
tras el tamiz de lo ilusorio.
¿Veré alguna vez su resplandor
elemental y absoluto?
¿ Acaso alguna vez en el vértigo de la ausencia
reverberará el brillo de su rayo,
en la condenación del silencio
escucharé su susurro permanente,
en el misterio de la razón
el impulso esclarecido de su logos.?
Señor, acerca tu copa
Señor, acerca tu copa hasta mis labios,
sople tu viento en mis oídos,
derrama aunque sea una gota de tu sangre en mi silencio.
Muchos son los caminos
en los que descarriarse,
cuantiosos los eriales, contadas las vides.
Muéstrame ese, aislado, que conduce a tu amor.
No fui obediente, Señor, perdí tu norte.
Pero tu eres paciente, y sabes esperar.
Hasta la aguda soledad
penetra la brisa de tu aliento.
Entre el errado pensamiento
se cuela el pulso de tu razón.
Pesadilla es el recuerdo aciago de los días.
Ahora que Tú y yo hemos hecho las paces,
permite que otra vez en mi rostro
resplandezca un estigma de bondad.
Coros celestes proclaman la maravilla de tu altura.
Si vuelves los ojos a la tierra,
solo verás pecado y mortandad.
Si he de sufrir el destino del humano,
que en mi corazón reverdezca la semilla de tu Edén.
sople tu viento en mis oídos,
derrama aunque sea una gota de tu sangre en mi silencio.
Muchos son los caminos
en los que descarriarse,
cuantiosos los eriales, contadas las vides.
Muéstrame ese, aislado, que conduce a tu amor.
No fui obediente, Señor, perdí tu norte.
Pero tu eres paciente, y sabes esperar.
Hasta la aguda soledad
penetra la brisa de tu aliento.
Entre el errado pensamiento
se cuela el pulso de tu razón.
Pesadilla es el recuerdo aciago de los días.
Ahora que Tú y yo hemos hecho las paces,
permite que otra vez en mi rostro
resplandezca un estigma de bondad.
Coros celestes proclaman la maravilla de tu altura.
Si vuelves los ojos a la tierra,
solo verás pecado y mortandad.
Si he de sufrir el destino del humano,
que en mi corazón reverdezca la semilla de tu Edén.
No podrá el jazz taponar la herida
Una lluvia desigual empapaba las baldosas nocturnas. La mirada clavada en el suelo, forzada por el cuello de la gabardina se cegaba con los gusanillos fosforescentes que dispersaban las farolas de las calles. La llovizna retardaba el momento de abrir la puerta del bar Martin´s y sentir el calor confortable de su interior. El bar Martin´s era el único donde uno se podía olvidar de todo, del sinsentido cotidiano de la vida, de esos sentimientos amargos que apremiaban a acodarse en la barra o en una de sus mesas y exigir el lenitivo de un bourbon anestésico. La soledad, los reflejos del whiskey sobre el diamantino cristal y el campanilleo de los hielos en el vaso. En cada trago, parecía beberse la noche, el olvido.
El bar lo regentaba Stanislaus, pero no se sabia por qué le había puesto el bar de Martin´s. El lugar era conocido por las criaturas de la noche, que acudían allí a malgastar su existencia desdeñosa. Trago a trago, vacío a confidencia, pieza a pieza de las que interpretaba Stanislaus en el piano, acompañado por un saxofonista, también de color, a quien todos llamaban Travis. Solía ser en las noches de sábado, ya rebasada la medianoche, cuando se podía escuchar al dúo. Entre semana había que conformarse con el pianista que intercalaba el jazz con piezas más estándares , según fuera el tipo de clientela. Si uno acudía por esos días a primera hora, podría sorprenderlo ensayando la Rapshody in blue, de Gershwin, de la cual comentaba que no era de su agrado, acaso porque le faltase la autenticidad racial del jazz. Stanislaus era un negro fornido, rapado, seguramente con un pasado antillano que se había dejado ver por Miami y las ciudades del sur. Travis provenía del Corydon londinense, y había refinado su instrumento en locales desperdigados sumidos en sonnolencias, borracheras y nostalgias. Su vida la pasaba entre culos de JB y discos de Coltrane.
En el Martin´s se podía llegar pasado de copas, pero se recibía una atención de caballero. Era un espacio donde predominaban las buenas maneras de los indecorosos, pero allí se alternaba sin que se inmiscuyera ningún indeseado. Stanislaus mantenía limpio de parásitos el ambiente.
En el bar de Stanislaus no preguntaban el cómo ni él porqué, y aunque como en todo comercio lo importante era el cuanto, se recibía con el precio de la consumición el regalo del gotear perlado del piano del dueño y la melancólica gangosidad del saxo de Travis.
En aquella noche especial había acudido al local de Martin´s para olvidarme de mí mismo. Para afrontar una soledad que ya nadie jamás compartiría. En los sorbos de bourbon y en el bálsamo con que el saxo y el piano penetraban en mi alma creía descubrir un consuelo, un olvido. Pero en el fondo de la copa parecía entrever sus cabellos rubios, desparramados a lo largo de la almohada. La melodía del saxo penetraba como una lámpara en mis recuerdos y me traía el sabor de sus besos. Mi corazón latía pero permanecía indiferente. Arrellanado en el mullido sillón, cigarrillo tras cigarrillo, trago tras trago, obnubilado por la voz cálida y amarga del jazz, no me preocupaba lo que sería de mí cuando abandonara el local y me internara en la noche. Los reflejos dorados de la bebida me evocaban el color de su piel. Desgraciadamente, la punta rojiza del cigarrillo el rodal chamuscado del disparo en su vientre. El bourbon que se derrama por mi barbilla, los dos hilos de sangre que se vertían desde las comisuras de sus labios. Pero, en el momento, todo parece haberse detenido y la única realidad son los sones del saxo que relamen la llaga de mi alma con su esencia narcótica y me hacen olvidar que haya algo más que un presente, un buen bourbon, la música de Coltrane que cala hasta la esterilidad del más hondo dolor. Ella nunca me acompañó al bar de Martin´s. Por eso puedo acudir a él sin que me ahoguen sus recuerdos y percibir en los solos de Stanislaus y Travis un discurrir distinto al tiempo, en donde podemos descubrir una verdad simultánea. Cuando salgo a la noche,empapado de jazz y bourbon, oigo el eco lejano de una sirena. Ha dejado de llover, lo que da un nuevo aspecto a las cosas, que recuerdan un día de ayer, desvaído, discrepante del ocurrido, donde yo tras salir del bar Bristol pude haberme recogido en casa, no haber acudido a la cita con ella en el hotel Ramdom y no haberla matado.
El bar lo regentaba Stanislaus, pero no se sabia por qué le había puesto el bar de Martin´s. El lugar era conocido por las criaturas de la noche, que acudían allí a malgastar su existencia desdeñosa. Trago a trago, vacío a confidencia, pieza a pieza de las que interpretaba Stanislaus en el piano, acompañado por un saxofonista, también de color, a quien todos llamaban Travis. Solía ser en las noches de sábado, ya rebasada la medianoche, cuando se podía escuchar al dúo. Entre semana había que conformarse con el pianista que intercalaba el jazz con piezas más estándares , según fuera el tipo de clientela. Si uno acudía por esos días a primera hora, podría sorprenderlo ensayando la Rapshody in blue, de Gershwin, de la cual comentaba que no era de su agrado, acaso porque le faltase la autenticidad racial del jazz. Stanislaus era un negro fornido, rapado, seguramente con un pasado antillano que se había dejado ver por Miami y las ciudades del sur. Travis provenía del Corydon londinense, y había refinado su instrumento en locales desperdigados sumidos en sonnolencias, borracheras y nostalgias. Su vida la pasaba entre culos de JB y discos de Coltrane.
En el Martin´s se podía llegar pasado de copas, pero se recibía una atención de caballero. Era un espacio donde predominaban las buenas maneras de los indecorosos, pero allí se alternaba sin que se inmiscuyera ningún indeseado. Stanislaus mantenía limpio de parásitos el ambiente.
En el bar de Stanislaus no preguntaban el cómo ni él porqué, y aunque como en todo comercio lo importante era el cuanto, se recibía con el precio de la consumición el regalo del gotear perlado del piano del dueño y la melancólica gangosidad del saxo de Travis.
En aquella noche especial había acudido al local de Martin´s para olvidarme de mí mismo. Para afrontar una soledad que ya nadie jamás compartiría. En los sorbos de bourbon y en el bálsamo con que el saxo y el piano penetraban en mi alma creía descubrir un consuelo, un olvido. Pero en el fondo de la copa parecía entrever sus cabellos rubios, desparramados a lo largo de la almohada. La melodía del saxo penetraba como una lámpara en mis recuerdos y me traía el sabor de sus besos. Mi corazón latía pero permanecía indiferente. Arrellanado en el mullido sillón, cigarrillo tras cigarrillo, trago tras trago, obnubilado por la voz cálida y amarga del jazz, no me preocupaba lo que sería de mí cuando abandonara el local y me internara en la noche. Los reflejos dorados de la bebida me evocaban el color de su piel. Desgraciadamente, la punta rojiza del cigarrillo el rodal chamuscado del disparo en su vientre. El bourbon que se derrama por mi barbilla, los dos hilos de sangre que se vertían desde las comisuras de sus labios. Pero, en el momento, todo parece haberse detenido y la única realidad son los sones del saxo que relamen la llaga de mi alma con su esencia narcótica y me hacen olvidar que haya algo más que un presente, un buen bourbon, la música de Coltrane que cala hasta la esterilidad del más hondo dolor. Ella nunca me acompañó al bar de Martin´s. Por eso puedo acudir a él sin que me ahoguen sus recuerdos y percibir en los solos de Stanislaus y Travis un discurrir distinto al tiempo, en donde podemos descubrir una verdad simultánea. Cuando salgo a la noche,empapado de jazz y bourbon, oigo el eco lejano de una sirena. Ha dejado de llover, lo que da un nuevo aspecto a las cosas, que recuerdan un día de ayer, desvaído, discrepante del ocurrido, donde yo tras salir del bar Bristol pude haberme recogido en casa, no haber acudido a la cita con ella en el hotel Ramdom y no haberla matado.
Y Pilato pregunta a Jesús: ¿Qué es la verdad?
Durante el interrogatorio al que Pilatos somete a Jesús, privadamente, en las dependencias del pretorio, surge la pregunta: ¿Qué es la verdad?
Recientemente, he escuchado una entrevista memorable de 1989 en la que Jesús Quintero sicoanaliza al conspicuo escritor Antonio Gala. A lo largo de la entrevista surge esta pregunta: ¿Qué es la verdad? Gala reflexiona, no desea precipitarse. Finalmente, conviene en que la "verdad absoluta" trasciende nuestro raciocinio y que cada uno ha de conformarse a su verdad personal. Supongo que por reminiscencia de su pasado como monje cartujo, el escritor acude a la Biblia y escoge este pasaje en que Pilatos hace al Cristo esta pregunta Vital. Según Gala la pregunta no es contestada por el Salvador, pues la elude con uno de sus enigmáticos silencios. Cristo ya enunció la respuesta cuando señaló que Él era el camino, la verdad y la vida. Según Gala la repuesta inapelable hubiera sido responder con el " Yo Soy". La cita se halla en el Evangelio de San Juan, 18: 37-38, y dice lo siguiente: "Le dijo entonces Pilato: -Luego, ¿eres tú rey? Respondió Jesús: -Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: -¿Qué es la verdad? Y dicho esto, salió otra vez donde estaban los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito." Hasta aquí el Evangelio. En él no se nos aclara si Jesús calla simplemente o Pilatos vuelve a sus asuntos sin atender a la respuesta. Respuesta que, a mi modo de ver, esta implícita en la primera contestación que da Jesús: "Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz". Queda claro que para Pilato la voz de Cristo no resonaba en su interior. No podía conocer la verdad porque no participaba de ella, ni pudo reconocer en el preso la presencia del Dios vivo.
Recientemente, he escuchado una entrevista memorable de 1989 en la que Jesús Quintero sicoanaliza al conspicuo escritor Antonio Gala. A lo largo de la entrevista surge esta pregunta: ¿Qué es la verdad? Gala reflexiona, no desea precipitarse. Finalmente, conviene en que la "verdad absoluta" trasciende nuestro raciocinio y que cada uno ha de conformarse a su verdad personal. Supongo que por reminiscencia de su pasado como monje cartujo, el escritor acude a la Biblia y escoge este pasaje en que Pilatos hace al Cristo esta pregunta Vital. Según Gala la pregunta no es contestada por el Salvador, pues la elude con uno de sus enigmáticos silencios. Cristo ya enunció la respuesta cuando señaló que Él era el camino, la verdad y la vida. Según Gala la repuesta inapelable hubiera sido responder con el " Yo Soy". La cita se halla en el Evangelio de San Juan, 18: 37-38, y dice lo siguiente: "Le dijo entonces Pilato: -Luego, ¿eres tú rey? Respondió Jesús: -Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: -¿Qué es la verdad? Y dicho esto, salió otra vez donde estaban los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito." Hasta aquí el Evangelio. En él no se nos aclara si Jesús calla simplemente o Pilatos vuelve a sus asuntos sin atender a la respuesta. Respuesta que, a mi modo de ver, esta implícita en la primera contestación que da Jesús: "Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz". Queda claro que para Pilato la voz de Cristo no resonaba en su interior. No podía conocer la verdad porque no participaba de ella, ni pudo reconocer en el preso la presencia del Dios vivo.
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