Señor, acerca tu copa hasta mis labios,
sople tu viento en mis oídos,
derrama aunque sea una gota de tu sangre en mi silencio.
Muchos son los caminos
en los que descarriarse,
cuantiosos los eriales, contadas las vides.
Muéstrame ese, aislado, que conduce a tu amor.
No fui obediente, Señor, perdí tu norte.
Pero tu eres paciente, y sabes esperar.
Hasta la aguda soledad
penetra la brisa de tu aliento.
Entre el errado pensamiento
se cuela el pulso de tu razón.
Pesadilla es el recuerdo aciago de los días.
Ahora que Tú y yo hemos hecho las paces,
permite que otra vez en mi rostro
resplandezca un estigma de bondad.
Coros celestes proclaman la maravilla de tu altura.
Si vuelves los ojos a la tierra,
solo verás pecado y mortandad.
Si he de sufrir el destino del humano,
que en mi corazón reverdezca la semilla de tu Edén.
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