Leo la Historia de la literatura griega, de Albin Lesky. Sin duda una memoria fascinante. El estudioso explora los grandes hitos que la componen, desde la época homérica a la romana, en la que descollará la enorme figura de Plutarco. La exposición sobre el primer poeta griego, Homero el divino, es minuciosa y documentada, recorriendo sus dos cantos primordiales La Ilíada y la Odisea y examinando su estructura hexamétrica y la claridad de estilo. Reconocemos en cuanto a ella que somos lo que somos gracias a la contribución del aedo ciego de Quíos. De Quíos, Esmirna o Ítaca, ¡que más da! La Ilíada y la Odisea nos han proporcionado esa mitología ejemplarizante en donde se mira occidente; en ella reconoce la meta de sus aspiraciones, cuando en la vicisitud legendaria de sus héroes se compendia la "virtud" añorada. Héroes vigorosos de los que los propios dioses sienten celos, y a los que protegen o combaten según sus afectos. Estudia luego Lesky los Hinmos Homéricos, fragmentos que desconozco, pero que según el autor gozan de parecida excelencia a la obra épica.
Compara luego Lesky a los poetas líricos, tras glosar de forma exhaustiva la obra de Hesíodo. Entre Hesíodo y Homero media sin duda alguna una diferencia de clase. Mientras el uno exalta los grandes valores aristocráticos propiciatorios de la guerra, el otro es poeta del pueblo, de talante rústico, y propagador de la paz. Los Trabajos y Días nos hablan de la vida sencilla del labrador, de una Grecia cotidiana que poco tiene que ver con los fundamentos de la gloria y el honor y el valor heroico de sus hazañas, ni con el apoteosis de los dioses que recorren con sus francachelas las cumbres de la Hélade. También entre los líricos media esta distinción, pues fue claramente el beocio Píndaro representante de ese mundo privilegiado de los aristogitoi, en cuyas odas ensalza el mérito de los mejores, de los que se distinguían por sus facultades extraordinarias, esos vencedores olímpicos y píticos, respaldados sin duda por el apoyo de los poderosos. Nombres de relumbrón figurarán entre los laureados. En oposición encontramos a Arquíloco, poeta más de calle, elegíaco y ditirámbico,
Mas tarde un terremoto conmovió toda Grecia, surgió la tragedia, el arte sumo, donde la Hélade se interpretó a si misma. Ese canto de macho cabrío, que tuvo con Esquilo su mayor representante, dándole la grandeza y estructura definitivas. Las siete tragedias que han perdurado demuestran la excelsitud de su arte. Desde Los Persas, donde deslumbra la generosidad del vencedor sobre esos bárbaros humanos, a los que más tarde se enajenizó, hasta el Prometeo encadenado, donde lamenta la condena del benefactor de los hombres, pasando por la Orestíada, que deja bien patente la excelencia de su arte. Fue su genio tan vivo, tan auténtico, que en su tumba de Gela (Sicilia) escribió este epitafio: Aquí yace Esquilo, quien luchó con honor en Maratón y Salamina.
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