Una lluvia desigual empapaba las baldosas nocturnas. La mirada clavada en el suelo, forzada por el cuello de la gabardina se cegaba con los gusanillos fosforescentes que dispersaban las farolas de las calles. La llovizna retardaba el momento de abrir la puerta del bar Martin´s y sentir el calor confortable de su interior. El bar Martin´s era el único donde uno se podía olvidar de todo, del sinsentido cotidiano de la vida, de esos sentimientos amargos que apremiaban a acodarse en la barra o en una de sus mesas y exigir el lenitivo de un bourbon anestésico. La soledad, los reflejos del whiskey sobre el diamantino cristal y el campanilleo de los hielos en el vaso. En cada trago, parecía beberse la noche, el olvido.
El bar lo regentaba Stanislaus, pero no se sabia por qué le había puesto el bar de Martin´s. El lugar era conocido por las criaturas de la noche, que acudían allí a malgastar su existencia desdeñosa. Trago a trago, vacío a confidencia, pieza a pieza de las que interpretaba Stanislaus en el piano, acompañado por un saxofonista, también de color, a quien todos llamaban Travis. Solía ser en las noches de sábado, ya rebasada la medianoche, cuando se podía escuchar al dúo. Entre semana había que conformarse con el pianista que intercalaba el jazz con piezas más estándares , según fuera el tipo de clientela. Si uno acudía por esos días a primera hora, podría sorprenderlo ensayando la Rapshody in blue, de Gershwin, de la cual comentaba que no era de su agrado, acaso porque le faltase la autenticidad racial del jazz. Stanislaus era un negro fornido, rapado, seguramente con un pasado antillano que se había dejado ver por Miami y las ciudades del sur. Travis provenía del Corydon londinense, y había refinado su instrumento en locales desperdigados sumidos en sonnolencias, borracheras y nostalgias. Su vida la pasaba entre culos de JB y discos de Coltrane.
En el Martin´s se podía llegar pasado de copas, pero se recibía una atención de caballero. Era un espacio donde predominaban las buenas maneras de los indecorosos, pero allí se alternaba sin que se inmiscuyera ningún indeseado. Stanislaus mantenía limpio de parásitos el ambiente.
En el bar de Stanislaus no preguntaban el cómo ni él porqué, y aunque como en todo comercio lo importante era el cuanto, se recibía con el precio de la consumición el regalo del gotear perlado del piano del dueño y la melancólica gangosidad del saxo de Travis.
En aquella noche especial había acudido al local de Martin´s para olvidarme de mí mismo. Para afrontar una soledad que ya nadie jamás compartiría. En los sorbos de bourbon y en el bálsamo con que el saxo y el piano penetraban en mi alma creía descubrir un consuelo, un olvido. Pero en el fondo de la copa parecía entrever sus cabellos rubios, desparramados a lo largo de la almohada. La melodía del saxo penetraba como una lámpara en mis recuerdos y me traía el sabor de sus besos. Mi corazón latía pero permanecía indiferente. Arrellanado en el mullido sillón, cigarrillo tras cigarrillo, trago tras trago, obnubilado por la voz cálida y amarga del jazz, no me preocupaba lo que sería de mí cuando abandonara el local y me internara en la noche. Los reflejos dorados de la bebida me evocaban el color de su piel. Desgraciadamente, la punta rojiza del cigarrillo el rodal chamuscado del disparo en su vientre. El bourbon que se derrama por mi barbilla, los dos hilos de sangre que se vertían desde las comisuras de sus labios. Pero, en el momento, todo parece haberse detenido y la única realidad son los sones del saxo que relamen la llaga de mi alma con su esencia narcótica y me hacen olvidar que haya algo más que un presente, un buen bourbon, la música de Coltrane que cala hasta la esterilidad del más hondo dolor. Ella nunca me acompañó al bar de Martin´s. Por eso puedo acudir a él sin que me ahoguen sus recuerdos y percibir en los solos de Stanislaus y Travis un discurrir distinto al tiempo, en donde podemos descubrir una verdad simultánea. Cuando salgo a la noche,empapado de jazz y bourbon, oigo el eco lejano de una sirena. Ha dejado de llover, lo que da un nuevo aspecto a las cosas, que recuerdan un día de ayer, desvaído, discrepante del ocurrido, donde yo tras salir del bar Bristol pude haberme recogido en casa, no haber acudido a la cita con ella en el hotel Ramdom y no haberla matado.
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