Se ha puesto veto a la caza del lobo. Se antoja una medida cuando menos controvertida. El lobo es el mayor enemigo del rebaño, como en la antigüedad lo era el oligarca del demos. ¿Es, pues, la prohibición de cazar al lobo una medida progresista? Los lobos habitan en camada, asociaciones consanguíneas en las que se inculca la depredación. No viven en sociedad sino en clan. La sociedad duerme tranquila cuando mientras las leyes y el cinturón policial mantienen a raya a sus depredadores, aislando la tribu del pequeño clan. Una ley en favor del lobo, ¿no será políticamente incorrecta?
Adictos al clan los hay dentro y fuera de la ley, cuya frontera es una delgada línea roja. Manos tintas en sangre quizá la delimiten. Si dejamos a los lobos campar por sus respetos, el resultado será una carnicería. ¿Cómo protegeremos al rebaño que nos vota, si dejamos su carne a merced del caníbal? Esta ley del lobo, es un doble filo donde la demagogia puede pillarse los dedos. Si el lobo prolifera, menguará nuestra despensa. Más de un lobo para caperucita, sería como exonerar la violación en manada. El lobo feroz debe habitar las soledades del monte; padecer los rigores de la sierra, es el precio de su condición; cuando baja al llano no es sino para esquilmar y destruir. Deleita a sus fauces babosas morder la yugular del tierno cordero guarecido en el aprisco. Su instinto innato es una especialidad criminal. ¿Está verdaderamente a salvo el cordero tras su vallado de tablas y el sueño centinela de los perros? Prohibida la caza del lobo, no daría un euro por el bienestar del cordero. ¿Es en verdad el viejo lobo una especie en peligro de extinción? Hay que preservar el temor al lobo, sino al cordero ¿ quién lo apacentaría? No habría forma de contener sus ínfulas. El lobo, seamos sinceros, lo imponen los tiempos, es especie que ya no tiene cabida en nuestro territorio acotado, pues éste ha quedado habilitado para el caniche de compañía con derecho a veterinario y paseante conyugal o de alquiler.
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