La prueba de la existencia de Dios no se verifica con conceptos aprehensibles por nuestra razón, sino por una convicción experimentada en el corazón. De ello resulta obvio que el camino hacia Dios no se resuelve en nuestro raciocinio, sino muy al contrario en la intimidad de la vivencia mística. La filosofía clásica no ha desvelado el misterio del corazón humano, ni aun el mismo Freud lo define en su análisis de la mente, pues éste no corresponde a una categoría cognoscitiva sino espiritual.
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