El propio yo urde la tela,
parece inútil liberarse
del laberinto de uno mismo.
Posar los ojos en el silencio,
penetrar el desván
de los fantasmas interiores.
Ver la luz. Dicen que en el fondo
de ese pozo brilla la aurora,
mística, impoluta.
Desde el fondo de mi ciénaga
hui para reencontrarme;
he pasado lustros buscando el centro,
el punto desde donde poder orientarme.
Desempolvé los viejos cachivaches,
pero en el desván se habían llenado de carcoma,
y eran ya instrumentos inútiles.
Es necesario renovarse,
dejar que el septentrión
barra la casa y su escombro desechado.
Sólo entonces la luz naciente
iluminará las estancias
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