Anoche, sin que me absorbiera ninguna tarea en particular, salí hasta el comedor y cogí de la estantería el 2º tomo de la obras completas de Nikos Kazantzakis. Me senté en una silla y allí mismo leí el primer capítulo de las aventuras de Alexis Zorba. Seguramente, a esa misma hora, en Atenas, Mikis Theodorakis agonizaba.
Zorba es una novela que siempre he deseado leer desde que estuve en Grecia, pues me suscitó no pocas interrogantes la versión cinematográfica. Me pareció que en el personaje se dejaba entrever bastante de la personalidad proteica de Anthony Queen. La novela describe el camino de iniciación de un neófito cuyo gurú es Zorba. Su enseñanza, más que a la introducción hacia un camino ético, responde a una invitación a la experiencia dionisíaca. La devoción de Zorba a su santuri y al ejercicio de la danza lo conducen en esa dirección; a un arte donde domina el pathos, la pasión. Ya que en cuanto a sus postulados éticos nos encontramos con un hombre inescrupuloso, para quien vivir es liarse la manta a la cabeza, sin prestar mucha atención a las consecuencias. En Zorba parece persistir el paganismo griego, en tanto no le remuerde trasgredir las líneas morales de un cristianismo tradicional. No obstante, Zorba es una personalidad fuerte, virtuosa en el viejo sentido, que no se arredra ante las dificultades y afronta con valor la defensa de sus convicciones. No duda en hacer frente a una sociedad hipócrita y cruel, en la que rige una ley ancestral y draconiana de supervivencia, fundamentada en un pacto de sangre, donde la venganza es ley. Frente a ella se erige como paladín de la libertad. Pero, como digo, en la película encuentro demasiados cabos sueltos, y tal vez tales conclusiones respondan a una interpretación banal de la vieja sociedad griega, de la que hoy día deben haberse perdido muchas de sus claves. Contemos con que tales interrogantes nos las aclare el libro. Mientras tanto, quedémonos con la fuerza dionisíaca que imprimió Thedorakis a su composición, que cuando se la escucha nos predispone al frenesí de la danza y al goce incondicional de la vida. Con ella, parece renovarse el optimismo. Descanse en paz, Mikis Theodorakis.
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