Cuando uno es joven permanece permeable a toda clase de influencias, pero carece de la facultad de juzgar con criterio. Según sopla el viento de la propaganda cultural vamos asimilando nuestra adhesión a las particulares tendencias. Ya en el franquismo y en el postfranquismo el marco cultural estaba dominado por el dirigismo de la izquierda. Así concluíamos que durante la guerra civil todo el museo de Apolo se había decantado por uno de los bandos de la contienda. Machado, Antonio, Lorca y Miguel Hernández, secundados por Alberti, Cernuda, Aleixandre y Prados. era en quienes había recaído especialmente la excelenccia del númen. Ignorábamos que el bando adversario contaba tambien con poetas nada desdeñables como Gerardo Diego, Manuel Machado, Rosales, Ridruejo, Panero, Vivanco, etc.
Tales corrientes en el terreno de las ideas nos llevan a venerar a autores cuyo predicamento e influencia se nos presentan incontestables. Uno de estos casos es el de John Milton, uno de los astros de la literatura inglesa despúés de Shakespeare. Compré sus obras porque las juzgaba por su carácter religioso. En mi desconocimiento, llegue a regalar alguna de ellas a un íntimo, como lectura edificante. Se calificaba a Milton como protestante. Cuando leí por primera vez el "Paraíso perdido" quedé perplejo; me chocó el protagonismo de la obra acaparado por Lucifer. No ahondé en tal paradoja, y continué cosiderando a Milton como un autor cristiano. Sólo gracias a una conferencia reciente, dilucidé este contrasentido. Averigué que Milton pertenecía a la admistración de Oliver Cronnwell, el dictador republicano que corto la cabeza de Carlos I. Fue la primera cabeza coronada que rodó en las revoluciones de Europa; más tarde vendrían la de Luis XVI, en Francia, y Nicolás II en Rusia. Milton fue hasta su muerte un acérrimo revolucionario, enemigo del derecho divino para los reyes, contradictor de la dogmática ortodoxa y excéptico en materia de fé. Si el Paraíso perdido no es en absoluto una añoranza del edén bíblico, su Paraíso recobrado es un descreído alegato donde se refuta la divinidad de Cristo y el dogma de la Trinidad. El parnaso literario, como la ética de los olímpicos griegos, no debe ser nunca tenido como un aprendizaje formativo; de tan elevadas cumbres constatamos que sus enseñanzas no han mejorado con el paso de los años; ahí tenemos como ejemplo claro a Baudelaire, cuya poesía es un mero regodeo en sus aberraciones.
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