La madre Verónica es más bella
cuando habla a sus novicias,
compartiendo la alegría de Jesús.
Fluye de sus labios evangélica dulzura,
colmenera delicia de su íntimo
gozo en el banquete esponsal.
Nos encandila en sus disertos,
pero al trasmitir sus argumentos
no aparta de su mano el corazón.
Asimismo su mirada, viva y pura,
esplendente aguamarina,
penetrada de misterios celestiales,
examina en regocijo los dones del Señor.
Fervorosa en su boca es la Palabra;
tanto ayuda en el desaliento
como anima a convicción.
En la soledad de la celda,
eleva vehemente plegaria
buscando en el espejo del alma
una huella del rostro de Dios;
pues ya camino del calvario
en doble lienzo de paño
su sudor y sangre enjugó.
Más tan triste poso amargo
ve transformado en alegría
tras recibir en cada misa,
en su iglesia burgalesa,
la promesa de Jesús, la Eucaristía.
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