Espero alcanzar unos días de vacaciones en Madrid. Es todo cuanto puedo permitirme. La carestía de la vida, los lazos familiares, la salud no del todo en su plenitud, se presentan como contratiempos a vencer. Por lo que toca al contante, el mismo viaje se vuelve un lujo. El aumento del precio de los carburantes ha vuelto un dispendio extraordinario desplazarse. Lo sé, la pandemia... la guerra de Ucrania... Un ida y vuelta a Madrid en el Ave cuesta lo que costaba un vuelo a París. Con mi pensión de hoy día, que el estado en su celo se encargó de cercenar, no me da para escapadas al extranjero. No sé qué esperaba la benefactora nación, ¿ acaso que, despues de 36 años cotizados ejerciendo un duro trabajo en la industria, inhalando venenos y obsequiado con una hernia discal como colofón, aguantara hasta los 65 cuando hay quien con mínimo esfuerzo vive de rositas, oxigenándose durante los veranos tal vez a bordo de un yate, y luciendo collares de espumillón junto a odaliscas tostándose al sol?
Sé que todo depende de la oferta y la demanda. Y que la fortuna favorece a los audaces. No es que me queje, comprendo que gente como Messi o Michael Jordan disfruten de un opulento style of life; por su excelencia seguramente lo merecen. Pero permitidme dudar de que en este mundo el mérito auténtico sea reconocido y recompensado equitativamente. Hoy la labor del escritor de cara al exterior se ve sometida a unas conveniencias comerciales que poco tienen que ver con la calidad de una obra. A pesar de ello, perseveraremos, no por nada, ni para convencer a nadie de nuestra excelencia, sino porque escribir para nosotros es una pura necesidad que nos justifica como personas, y sin cuyo cultivo nuestra alma se perdería en la aridez de la nada. La experiencia de la voz personal es un recuerdo a nuestra dignidad como seres humanos.
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