Señor, cuántas veces
has venido a mi encuentro
y te he ignorado
con cualquier escusa,
indiferente o ensimismado.
He palpado tus llagas
y no supe darte alivio.
Perdóname, Señor,
por todos las renuencias,
la escusas, los olvidos.
Vi tu rostro en los días,
y en la hora de la muerte,
pero, ay, no supe reconocerlo.
Me embebí de mí
y no supe darme al otro.
Dormí cuando tu velabas,
rechacé la copa que me dabas,
te ignoré cuando te crucificaban.
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