Caminaba por la orilla de la playa. Las olas rompían mansamente. Un viento noroeste, algo fresco, rizaba la tersa superficie. Entre esos dos azules mironianos, mi espíritu se llenaba de fervores y nostalgias. Un mercante permanecia inmóvil en el horizonte, trayéndome recuerdos pretéritos. Momentos en los que yo soñara con su singladura. En cada puerto que atracara se renovaría la aventura. Entonces aquel otear la vastedad marina avivaba mi imaginación, llenando mi interior de apasionados disfrutes. Convengo en que hoy mi mirar es lacio, algo cohibe las puertas de la imaginacion, silenciadas bajo la doble llave de un cerrojo de desengaños. Donde otrora hubiera ilusión, hoy prevalece cierto excepticismo. Y es que paraliza comprender que la experiencia es dolorosa, que el crudo dolor se agazapa siguiendo nuestros pasos, para salir a encontrarnos en el recodo del camino. ¿Por tan amargo sino, renegaremos de la vida? Buda quiso obviarlo; Cristo abrazó su cruz. Buscar el deleite disipa; el dolor, se dice, purifica. El primero se agota en sí mismo; el segundo se manifiesta como paso a otra realidad. Entre el nacer y el morir se nos desgarra la vida. Aguardemos que tras el culmen del dolor devendrá el alivio. Por cuanto todo en la vida gira en torno al primero, deberá existir una justificación para éste, aunque los hombres no la sepamos explicar. ¿El fluir, el cambio, lo efímero, el propósito divino...?
Memories
Podía ver la calle tras los cristales de la ventana. Ésta se hallaba protegida por un tosco enrejado. Hasta ella acudía yo muchas tardes, como las moscas a la luz. El desasosiego infantil se resistía a cualquier clase de encierro o disciplina. Solo pensaba en jugar. En satisfacer mi espíritu inquieto. Cuando medianamente habia cumplido mi tarea, lo arduos deberes que tendría que presentar la mañana siguiente en la escuela, me acercaba a la ventana, antes de que la penumbra crepuscular sosegara el bullicio de la calle. Todavía la cruzaban algunos muchachos rezagados del colegio, y se escuchaban los gritos de otros privilegiados que satisfacían sus juegos en la otra esquina de más arriba. En el chalet de enfrente las primeras sombras se confundían con las copas del arbolado. Lo habitaba un matrimonio anciano arisco a toda bullanga infantil, y muy susceptible a que trepáramos por la tapia de su propiedad para localizar la pelota que se habia colado, consecuencia de un chute incontrolado. Casi siempre era Pedri, el más fornido de nosotros, quien la golpeaba con la suficiente fuerza para sobrepasar el muro e ir a caer en el jardín de los ancianos. Tal circunstancia nos contrariaba, pues pelota que caía, el propietario se negaba a devolverla. Conociamos tal riesgo, pero ello no nos inhibía de organizar diariamente el partidillo, que acaso concluiría cuando cualquier potente puntapié describiera una alta parábola que salvara el muro lindero, conllevando la pérdida del balón, costosísima si éste fuera de reglamento. Tales partidos, eran frecuentes; bastaba conque nos juntaramos tres o cuatro chavales y un balón en condiciones para dar patadas. Se celebraban antes de las comidas o durante las tardes que no había colegio, excepto los sábados, radiantes días, cuando nos encaminábamos a la campiña cercana, donde en un terreno aplanado se había habilitado una cancha de juego. Dos piedras a ambos lados bastaban delimitar las porterías. Se jugaba sin árbitro y al buen tuntún. Excepto cuando se sumaban al juego algunos muchachos más crecidos, o más resabiados, y amenazaban con jugar a escayolar, llenando de hiel el inocente esparcimiento.
Sí, desde aquella ventana yo pudía contemplar todo el universo que me importaba, y que se abría ante mí cada día, hasta la hora de la llegada del empleado municipal, quien , desde su bicicleta, con una pertiga bien larga percutía el elemental contacto de la bujía, situada en lo alto de un poste, que apenas lograba alumbrar con su tenue luz la densas tinieblas. La calle entonces se volvía silenciosa, y entonces podíamos meditar sobre todos los rigores que nos afrentaban. Esas carencias que suplía nuestro entusiasmo precoz por la vida, pues entonces ésta se justificaba por sí misma y no había que buscar razones para vivirla . Pero ya otro día, lo dejo en suspenso, me asomaré de nuevo a esa ventana, donde bajo la luz de la memoria retornará la vivencia con la que se mantiene fresco el manantial del alma.
quiero darle duro a la máquina
Quiero darle duro a la máquina,
como en un combate de pesos pesados,
que diría Bukowski;
pero me faltan razones para subir al ring,
y desangrar la vida
en la arrítmica pulsación
de la vana miseria literaria.
Ya no eras tú
El mármol aterido
de tu frente,
antesala del misterio,
inhibió ese beso
que tenía preparado.
Frío de llama,
aurora gélida.
No pude sentir
tu cercanía distante.
Tu despojo ya era otra cosa,
ya no eras tú.
Habías partido,
como abandonan los pájaros
un paisaje,
como un sol
que había tragado la noche,
como una melodía
que se desvanece en el aire.
Entrañas mías,
hoy saben de ese dolor
que fui en tu entraña:
anuncio de vida.
Para luego sentir
ese otro que me desgarra,
y trajo tu muerte.