Leónidas, rey,
figura arcaica
pero nítida y cotidiana.
Alzaste al hombre del barro.
rozando en tu impulso los cielos,
nuevo Hércules
de lo divino partícipe,
en cuya copa bebiste
venidera gloria
coronado con laurel de victoria.
Noble rey
en las Termópilas libre,
por las Termópilas preso.
Sacrificio de muerte
vaticinaba el oráculo,
el temblor de la tierra
y la luna sangrante;
pero por tu valor
la derrota supuso triunfo,
ganó alientos la esperanza.
Venciste de la espada y el auspicio,
y perseveraste disputando
la sacrosanta libertad.
De los hombres conociste
la soberbia y la traición.
Cuando Efialtes te vendió
y supiste tu suerte echada,
no renegaste a tu escudo
y mantuviste como rey pundonor.
Al reclamo rencoroso de la muerte,
junto a tus trescientos escogidos,
sucumbiste por tu grey
en la sangrienta pelea;
y en esa ofrenda de amor
tu memoria viva perduró
y enmudecieron los siglos.
Que el hombre ya no es esclavo
por su virtud, fue heraldo
que conocieron
muchos pueblos sometidos;
su recuerdo maldijeron
los más perversos tiranos,
viles sátrapas y mezquinos soberanos.
Educado no para reinar, te forjaste
lejos de la molicie palaciega,
aprendiste el rigor
de Esparta, la severa,
la sed en sus caminos,
el hambre en sus eriales,
la vara del castigo,
la cruda pelea donde se curte
el alma ferrea del guerrero.
Conocías tu designio
y el deber de un espartano:
caer en la batalla
para salvar al hermano.
La libertad tiene un precio
que ha de pagar
todo hombre que no quiere ser esclavo.
Afrontar el peligro con valor
es misión del hombre osado.
Quizá sea hoy luchar,
por tal ideal, denodado
una vana quimera,
pues virtud, honor, libertad,
parecen palabras hueras.
O es lo que quieren demostrarnos,
pero tal vez no lo sean.
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