Recientemente, he vendido tres volumenes de mi obra pasada a una libreria low cost de la ciudad. Mi único propósito era airear mis obras, que han caído bajo la inercia del peso de la indiferencia y el olvido. Parece ser que se ha vendido una; las otras dos permanecen en el rincón de una leja discreta y rasera, qué impide a la clientela reparar en ellas, pues es necesario agacharse para acceder a las mismas o leer el título del lomo. Y eso de agacharse se reserva para los menores de 50.
Por todos nosotros ya se quejó Larra cuando suscribió la frase de que "escribir en España era llorar". El escritor desespera ante la vorágine desdeñosa que lo arrastra sin que quepa lugar a enmienda. Estoy acostumbrado al ostracismo de mi obra, pero no oculto que me complacería que mi último libro mereciera algún tipo de mención o comentario. No arrojo la toalla. Sólo una cosa me consuela del desinterés global hacia mi obra y es que ésta figure, siguiendo el índice por autor, aun en una librería de segunda mano, junto a uno de los pocos genios lieterarios reconocidos en la historia de las letras, el irlandes James Joyce. Teniendo en cuenta mi humilde aportación, que mejor y honrosa compañía que la del autor del Ulysses.
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