Tomo dos culines de guisqui peleón,
los deseos de la carne andan al acecho.
El pecado ya no me resulta atractivo;
he vivido lo bastante para saber
que esconde su engañosa fachada.
Cuando todo naufraga, uno ha de aferrarse
a la lucidez cartesiana, fiar de la razón,
common sense, aguardando que amaine la tormenta,
que enfríen las ascuas seminales
y se desvanezca de Eros la ilusión.
Quiero desde la castidad
sobreponerme al misterio de la carne,
no ceder a las ligaduras que intentan prenderme.
No sabemos de la naturaleza de esos lazos,
si tras su cebo delicioso
se encubre la amargura de la perdición.
Hay tentaciones que prometen el gozo
tras la sumisión, después de tragar la bola
pesada y amarga del desamor.
Permaneceré firme en mi empeño,
no dando más criterio que a mi razón
aunque sobrevuelen mi cielo
mil querubes lanzando sus flechas
ardientes de pasión.
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