Durante tiempo se afirmó que la locura que postró y condujo a la muerte a Nietzsche se debía a un proceso avanzado de una sífilis mal tratada. Se decía que probablemente contrajo la enfermedad cuando frecuentó ciertos prostíbulos napolitanos, cosa nada rara en un soltero introvertido y cuya relación con las mujeres era poca fluida. Este argumento, sin embargo, parece haber sido desmentido en recientes análisis, en los que se enfatiza que la visita del filósofo a tales prostíbulos se redujo a la interpretación en el piano, ese piano decimonónico que no podía faltar en ninguna vivienda que se preciara, seguramente de las piezas más enigmáticas del repertorio contemporáneo, muerte de Isolda incluida. No sé lo que pensarían las putas, asombradas de suyo por el individuo más inquietante que las había visitado. Tal teoría no sé si se fundamenta en pruebas contrastables, o sólo es fruto extravagante de biógrafos osados y rumorólogos. Descartada pues la sífilis como causa de su vesanismo, se apela a cierta patología mental congénita, heredada de su padre el predicador, que sufría lapsus y desvanecimientos durante los sermones, y al que precedían algunos antepasados que acusaban cierto deterioro psíquico. Cuando Nietzsche se postró lloroso, abrazando al caballo maltratado en las calles de Turín, apuntan los niezscheólogos que fue el comienzo de la crisis demencial sobreaguda que lo llevó, tras un viacrucis de varios años, hasta la tumba. Las imágenes de los últimos meses de su enfermedad que nos ha legado el incipiente cine son verdaderamente tétricas.
En mi opinión, existe otra posibilidad, que el estudioso moderno obvia y ni siquiera tiene en cuenta, la del carácter espiritual que acaso entenebreció su mente. Nietzsche habla de la "muerte de Dios". Quizá tal abandono lo experimentara en lo íntimo; como una huída de la potencias espirituales bienhechoras. Tales conceptos, como la "muerte de Dios" y su confrontación con el cristianismo, plasmada en su libro el Anticristo, se deban acaso a la percepción de que en su propio espíritu había huido la presencia iluminadora y salutífera del espíritu bondadoso, y su alma se habría visto envuelta por todas las huestes tenebrosas de la maldad, principados, potestades, y gobernadores de las tinieblas. El abandono de Dios abre las puertas a todas aquellas "entidades maléficas" que litigan por las almas. Porque haberlas, ¡ haylas!