he sentido ese mal sangrar
entre mis manos, dejando
una mancha que ningún agua
consigue lavar; cuyo flujo
quema como fuego
que no mitiga ni tiempo
ni olvido. Superfluos
son los esfuerzos por
sepultar su recuerdo,
ni siquiera la nueva vivencia
consigue velar su memoria.
La espina de su dolor
permanece como herida
reciente, vestigio de esa rosa
que pretendimos arrancar.
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