Qué duda cabe que el escritor argentino Manuel Mujica Lainez será recordado siempre por Bomarzo. En esta novela, extremó sus excelencias y se inflamó con el fuego de la pasión. Al duque Pier Francesco Orsini, más que considerarlo como un trasunto del escritor, lo conceptúa una antigua enncarnación, un alter ego de resonancias no solo literarias sino espirituales, de cuyos jardines en Bomarzo brotó ese diáfano hontanar de la roca viva , alimentando la fuente a la que acuden a beber los desengañados de las aridas veredas de su presente, los inadaptados, los poetas.
Bomarzo goza del aura rutilante de las novelas logradas. Desconocemos si su parto fue doloroso, pero seguro que no dependió de la cesárea y el alumbramiento fue feliz. El promedio de su redacción no debió remontar los dos o tres años, sin embargo estamos seguros de que su gestación fue mucho más dilatada. Lo suficiente como para que naciera entre el autor y el libro esa íntima visceralidad que rezuma cada una de sus páginas. La labor de documentación y recreación histórica debió de ser prolija, hasta rematar ese fresco de palpitante verosimilitud y certera historicidad. En el Renacimiento encuentra ese espejo en donde mirarse el más recóndito Mujica. Su temperamento aristocrático sólo podía identificarse en el claroscuro que configuran esas figuras arrebatadas del primer manierismo. En la plasticidad retórica de la época pudo enriquecerse y ejercitarse su voluntad de esteta. Porque el estilo de Mujica es el del castellano más deslumbrante del ya pasado siglo.
En la lectura de Bomarzo se aprende a amar una época y una nación decisivas en la historia de occidente. Durante el caminar trepidante -o en ese galopar frenético de los aguerridos condottieros- por los paisajes naturales de Italia y en el transcurso de esa nada discreta cotidianidad de sus ciudades, vividas desde las más escabrosas peripecias y aún hoy reconocibles, descubrimos, paso a paso, los contrastados conceptos que conforman nuestra modernidad, el vértigo del hombre redescubierto al que solo consuela la busca de la perpetuidad en sí mismo.
Rastrear la memoria sentimental e histórica de la mano del duque Orsini se convierte en una experiencia reveladora y una aventura para el espíritu, de la cual saldrá éste transformado. Habrá siempre un antes y un después de Bomarzo, como hay un antes y un después del Quijote.
Hoy he rasteado en internet esas sendas que conducen a Bomarzo; abundan las fotografías de su "bosque sagrado" y los comentarios sobre el duque y su novelista. La tentación de Italia, siempre latente, invita al amanecer de un día en que yo también pasee esos pedregosos y sorprendentes senderos de los jardines de Bomarzo, de la mano del redivivo duque y del espíritu de ese escritor que me ayudó a amar definitivamente la literatura en su más noble sentido y a esa Belleza de la que nunca fue escéptico.
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