Mientras España va ganando 1-0 a Italia en la final de la eurocopa, leo las Memorias de Ultratumba, donde Chateaubriand ofrece un lúcido y mesurado repaso de lo que fue su vida, protagonista de acontecimientos y vivencias fundamentales en la historia moderna de Francia, de Europa misma. Padeció en su propia sangre el frenesí que supuso la Revolución del 14 de julio: el asalto a la Bastilla, la inestabilidad de la Convención, el "terror", los frutos de la guillotina donde se decapitó el derecho Divino, el auge y la entronización de Bonaparte. Admira que un hombre sensible, susceptible a las suculencias del pensamiento, no cediera al torbellino de la nuevas ideas y se mantuviera leal a sus certezas más arraigadas, cuando hubiera resultado acaso incluso provechoso cerder a la apostasía. En esa vorágine de sangre y anarquía mantuvo los pies bien anclados en sus fidelidades; cuando la corriente de los tiempos anunciaban nuevos soles, nuevos dioses, secularizados cultos, altares sacrílegos sobre templos alejandrinos, el supo resistir y nadar contracorriente; frente a las apologías al "ser supremo" vio emerger su Genio del cristianismo.
Un momento esencial en estas memorias...lo constituye su encuentro con Bonaparte. El gran corso evidenció tener hacia el escritor una consideración especial, hasta el punto de ofrecerle un cargo diplomático en Roma. Estas dos personalidades tan discrepantes tuvieron su punto de encuentro en un episodio fundamental del tiempo postrevolucionario: la restitución del cristianismo en Francia. Napoleón, buen conocedor de los hombres, quiso sacar del escritor el mayor partido, encomendándole aquellas tareas en los distintos horizontes donde se puediera extraer algún beneficio para Francia y para sí mismo. En tales funciones ambos hombres creyeron comprenderse, hasta que un negro nubarrón vino a empañar su cielo. Tras el fusilamiento del duque D´Enghein, uno de los príncipes de Condé, un Borbón, comprendió el gran corso la íntima devoción manárquica del autor de Saint Maló y que sería ya imposible cualquier reconciliación. Pues en esas manos ensangrentadas perdió Napoleón gran parte de su credibilidad, arrastrando ese cadáver como un pesado lastre en el juicio de la historia. ¿Porque acaso puede la voluntad Divina segarse con un golpe seco de guillotina o desvanecerse con el plomo homicida de los mosquetes?
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