PARAISOS ETEREOS
Los primeros pasos de este primero de año me han llevado hasta el mar, un mar calmo, terso, centelleante bajo los tímidos rayos del sol mañanero. Las olas fenecían blandamente en la arena y con su rumor se antojaba que pretendían revelar un secreto. Quizá el secreto que late en su corazón profundo, tras el velo inquietante de su superficie que nos distrae de su misterio submarino. El mar nos llama con una voz ronca y milenaria, despertando ese secreto inconsutil donde residen los sueños y estimulando el cobijo de nuestra fantasia con su rumor de caracola encontrada en las playas de los incierto. El mar nos habla, nos mece con su cadencia, acuna nuestros sueños, esos sueños que nos resistimos a creer. Nos habla de playas remotas, de la posibilidad de un paraiso enclavado en la encucijada de lo probable. Imaginamos la barca de la ilusión varada en sus playas doradas, entre el oasis de verdura de sus acantilados. Sopla un céfiro tibio que embalsama el aire con su sensual fragancia. Es una aroma que se introduce hasta los intersticios del alma, penetra hasta el intimo núcleo de la desolación; conforta como el dulce beso de una adolescente y estremece hasta el ultimo escondrijo del deseo. Las olas se suceden blandamente, con su son apaciguado de melodía arcaica. Su vastedad parece caber en la insignificancia de nuestra identidad, y ensancha nuestro universo con la totalidad de un orgasmo. El mar se muere dentro de nosotros, pero resucita la pluralidad de nuestro ensueño, nos abre los horizontes de lo imposible, allí donde tiene cabida esa certeza que nunca fue. Estos días he soñado los mares distantes, la fascinación de los calidos paisajes del océano remoto, esos paisajes que se revisten con los colores primitivos de Gauguin. He sonaño sus aguas transparentes, sus cielos impolutos, sus selvas feraces; me he contado la mentira de la felicidad en este mundo. ¿Porque puede acaso ser esta posible mientras el hombre sea hombre? He escrutado dónde encontrar la verdadera salvación, donde transcender el laberinto agónico de lo humano, y a lo largo de la Historia sólo he encontrado un voz: Jesucristo.
0 comentarios:
Publicar un comentario