Cuando era adolescente soñaba con ser escritor. De todas las profesiones me parecia ésta la más provechosa y fascinante. Me complacia que a sus representantes se los venerara como iconos sociales, y se los catalogara de eximios y prominentes. Su figura era ensalzada por los melifluos profesores de lengua y literatura en los institutos, y su biografia registrada en los manuales escolares, revistiéndola de una aureola que no llegaban a alcanzar otras profesiones y sólo comparable, en su excelencia y eco, a la admiración que podían suscitar algunos personajes extraordinarios de la historia. Alcanzar la gloria literaria, era investirse de un prestigio y una celebridad que estaba al alcance de muy pocos, pero a la que solo se accede a través de una vida de consagración y esfuerzo. El escritor se da cuenta que ha alcanzado este objetivo, cuando en su localidad natal se le dedica el nombre de una calle o se le distingue con un premio a nivel nacional. Entonces empieza a formar parte de eso que se conoce como el acervo cultural, y se le reconocerá en una imagen estereotipada, a la que la sociedad comenzará a dispensarle su culto apropiado, pero del escritor esencial no quedará más que una burda caricatura, transformada en pomposo busto que satisfará a cualquier necio, menos a él.
Cuando era joven creía que siendo escritor podría llevarse una vida digna e independiente. Pero creo que esto no era más que un espejismo. ¿Cuantos escritores viven de su pluma? Lo ignoro. Pero debe haberlos; sobre todo aquellos que saben fabricar un best-seller y conocen cómo hacerlo fructificar en el mercado global. A los demás sólo nos queda disfrutar con nuestro propio trabajo, y aguardar que nuestra obra caiga en manos de alguien que sepa apreciarla, cuando involutariamente la descubrió en la biblioteca pública. Saber que en el mundo hay un lector y que tu obra le satisface, debería ser suficiente recompensa para el escritor, y en cierto sentido lo es. Pero el escritor sueña con llevar la vida holgada con que parece se agasajan esos otros escritores que pontifican desde el ápice de la pirámide, deambulan en avión de continente en continente, y de conferencia en pregón de fiestas populares. ¿Alcanzará alguna vez el aspirante a escritor ese status? Creo que no; y acaso, tampoco le convenga. ¿No creó William Faulkner lo mejor de su obra(Mientras agonizo) cuando se ganaba el digno sustento de cada día en el cuerpo de bomberos de Mississipi? Así el escritor deberá seguir bregando en la factoria, sobrellevar el fatigoso destino de un oscuro empleado, y frente a todos los pesares tratar de consolidar una obra. Solo la letra vivida, con sangre, sudor y lágrimas, puede hablar algún día al espíritu de nuestros semejantes.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario