Conforme nos adentramos en la Semana Santa, las cadenas de televisión tratan de ganar audiencia incluyendo en su programación alguno de los films que, en torno a la figura de Jesus de Nazaret, ha creado el séptimo arte. Como no estoy muy fuerte en estadistica, no sabría puntualizar el número exacto de producciones que de un modo u otro se acercan a la figura del Señor. Pero en la memoria de todos se encuentran aquellas que, por razones evidentes, han venido a formar parte de nuestro patrimonio cinematrográfico. Decir cuál de ellas es la mejor, resulta tan aventurado como improcedente. Cada una responde a una etapa distinta, tanto del cine como de nuestras vidas, de nuestra historia, y en conjunto su critica no debe obviar fundamentos tan decisivos como puedan significar el marco historico, la realidad socio política e ideológica, la religiosidad o el gusto; dejando prudentemente a un lado su éxito comercial, aunque no deja de ser un factor a tener en cuenta.
Creo haber visionado aquellas que han pasado a engrosar nuestro atropellado acervo en estos albores indecisos del siglo ventiuno. Unos cuantos han sido los valientes productores y directores que se han atrevido a abordar el tema, con resultados más bien dispares, como conviene a cualquier interpretación que no puede dejar de ser subjetiva. Por tanto, deberemos valorar cualquier excelencia siempre desde un punto de vista relativo, según el buen saber y entender de cada espectador, y sin dejar nunca de lado el grado de compromiso de cada creador.
A mi juicio, se han filmado muchas grandes películas sobre el particular, pero nunca la definitiva. Tal vez esto sea una suerte, pues de algún modo permite que se siga recreando una y otra vez esa gran historia, esa historia inagotable. A mi entender, el único modo verosímil de acercarse a este argumento, es a través de los evangelios. Quienes se han ajustado a ello, encontrarán sus resultados más justificados, más auténticos, con una encarnadura que parece transpasar la pantalla.
Pero en ésta, como en cualquier otra historia bien narrada, los resultados responden, cómo no, a dos factores fundamentales: contenido y forma. Forma que, en concreto, nos viene dada por una larga tradición artística, a través de cuya imagineria ha penetrado nuestras conciencias y da credibilidad a los fotogramas que nos propone el cine. Valiéndose de estéticas innovadoras abrodaron el asunto Pasolini y Stevens, en El Evangelio según san Mateo y La historia más grande jamás contada, con unos resultados ambiguos, que rezuman cierta frialdad, incapaces de romper las dimensiones de la pantalla y transmitir el mensaje hasta el corazón del espectador. Cuestión que en mayor medida consiguió solventar Mel Gibson, quien desde el impacto brutal de la violencia, conmueve los cimientos de nuestra indeferencia, obligándonos a encararnos con nosotros mismos. Ciñéndose al relato biblico, a través de los ojos de esa monja visionaria, nos comunica el mensaje capital del hombre-dios, que con su sangre nos devuelve el regalo de nuestra redención, por cuyas llagas seremos sanados y en cuyo nombre encontraremos la paz que pueda consolar definitivamente nuestros corazones. La versión manierista de Zefirelli y la muy discutible de Ray improntan una huella bastante menor, si bien todo lo relacionado con Jesucristo nunca es deshechable, ya que casi siempre suele albergar el embrión de una promesa.
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