Venecia, esa cortesana madura que conoce por el peso de la experiencia el hábito de cómo seducir, suele susurrar quedo, con insinuante, intencionada, sensualidad sobre el gotear de nuestras entelequias, para abrir como un abrelatas la matriz de nuestro corazón, la voluntad agazapada de nuestros deseos más contritos. Penetra lentamente su canto de sirena varada, que sabe de sus memoriales marineros como del protocólo cortesano. Bajo el tul de su vestido insinuará la silueta de un pie, acaso el torneado grácil de un tobillo embellecido por el fulgurar plateado de una ajorca, un pie aún no manumitido de una esclava oriental.
Venecia se agazapa en sus recodos, donde se intuye la magnitud de lo soñado; en el fluir de las aguas mansas, tanto que parecen inmóviles, se reviste de esa paciencia que la hace perdurar siglos, entre aliento de infinito. Una góndola va...de perfil grave, patético, con analogía de ataúd, con su negritud de espanto. Una góndola va...repite la voz estremecida, evocadora, de Aznavour, y Venecia se difumina con desfallecimiento crepuscular, haciéndose incierta entre las brumas de la tarde, entre las nieblas de la amanecida que cubren el despertar de la laguna con un velo rosáceo y encubridor. Desde su fondo de acuarela surge la arista esbozada de un campanile, el lamento de un pájaro, el chapoteo de alguna falúa rasgasdo el silencio gelatinoso del agua, como hablando de una serenidad aún por despertar.
Venecia se cristaliza en sus simetrías, en la armonia de sus órdenes, en su arquitectura densa. Avanza como ese buque de los siglos abriendo los surcos sobre el vientre inconsutil de la laguna de las eras, de los aconteceres; taladra el sentido de las cosas, la pluralidad del tiempo, envejece, pero con una decrepitud de la que pueden aún brotar juventudes, la plenitud del arrebol sobre la esperanza del cielo conturbado por el presagio de lo que puede dar de sí el milagro. Venecia...¡Tán! ¡Tán! suena una campana de aldabonazo profundo, en el que se resume el lento sueño de los períodos, ese tejido de la memoria que la convirtió en la ciudad de leyenda encandilante, discordando de la uniformidad de los muchos pueblos, confundida entre las palabras sin redención de la historia.
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