Verona despereza, leve bruma,
primaveral rocío su aliento esparce
de dragón dormido; el viento alce
su verde grosura entre aérea espuma,
cuando la dorada luz solar suma
la madurada plenitud que alcance,
colina arriba, tan liviano trance:
lo imperecedero se consuma.
En exaltado júbilo redoblan,
pascua de Resurrección, las campanas;
su prístino matiz tantas mañanas
llena de rumor medieval la ciudad,
que en ese tañer de gloriosa unidad
sólo la eternidad de Dios proclaman.
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