UN PRELUDIO PARA CHOPIN

Toda la obra de Federico Chopin destila un aura de aristocrático refinamiento. No en vano, su gran mentor, Franz Liszt, lo calificaba como "el principe". Nadie como él ha consumado las posibilidades de su instrumento, el piano, hasta convertirlas en una "maniera" tan intrasferible como sugestiva.

La música de Chopín nos habla de tú a tú, de intimidad a intimidad. Nos quiere transmitir los vaivenes de su espíritu: desde la inquietante plenitud a la desgarrada incertidumbre. En sus melodias arraiga un romanticismo en carne viva, transformado por el numen en puro sentimiento. Lejos de él el vuelo retórico, la ampulosidad pedante, la veleidad programática que acompañó a muchos de sus compañeros de viaje que, tras ascender a las fragosas cumbres de su ambición, toparon con el yermo paisaje de sus limitaciones.

Chopín quiere hablarnos quedo, de uno en uno, en la intimidad del salón, donde agazapados alrededor del fuego queremos penetrar el misterio del corazón. Al contrario que Beethoven, que quiso hablar al universo, el polaco pretende indagar en los vericuetos del alma, revelar la música callada que palpita tras cada identidad. Su empeño es transmitir ese fuego, esa llama trémula que arde en el candil de cada corazón. Desea mostrar en el torrente blanquinegro del teclado la claridad de sus despertares, la angustia de las sombras nocturnas, sumidas en un sino de doliente pesimismo, como efímera consistencia de un manar que fluyera hacia la nada. Teme que el dulce caño de su hontanar se disipe en los sequedales, se pierda en el olvido de los céfiros, sin redención; por eso se vuelve nostálgico de sí mismo.

He leido un librito sobre la vida de Chopin y George Sand en Valldemosa, Mallorca. En él se nos desgrana el pormenor de ese fatídico invierno, en el que un hombre que buscaba curación, abatido por un cúmulo de adversidades comenzó a desvelar el fantasma de su fatídico destino. Allí, encerrado entre los góticos espacios de la Cartuja, escribió sus páginas más contradictorias: algunas de las más delicadas, sí, pero sobre todo las más lúgubres e inconsolables.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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