Parafraseando la cita de Nietzsche de que "cuando digo música, pienso en Venecia", podríamos sintetizar ambos elementos en la figura de Vivaldi.
Cierto que hubieron otros muchos músicos en Venecia; el propio Monteverdi fue maestro de capilla de la Basílica de San Marco; destacaron también Tomasso Albinoni y los Marcello. Pero fue Vivaldi, qué duda cabe, el máximo exponente de la música más genuinamente veneciana. En la obra de Vivaldi late esa visceralidad vital y deslumbradora que imprime ese sello característico a la ciudad de los canales.
Entre sus obras, la más celebrada quizá sea Las cuatro estaciones. Su éxito tal vez resida en que su exquisita belleza alcanza al mayor número de sensibilidades. Está comprobado que la obra gusta hasta a quienes por principio son indiferentes a la música clásica. Por mi parte, he de manifestar que es una obra que no me canso de escuchar; tiene un innegable valor terapéutico para cualquier afectado por el estrés y la melancolía; su fluir será como una fuente que mitigue cualesquiera resquemores. En el sortilegio de sus notas se encierra un efectivo antídoto contra la tristeza; cualquier espíritu se elevará al escuchar las alegres notas de la Primavera, arrastrada por el impulso de sus céfiros y el auge nervioso de sus corrientes crecidas por el deshielo. Todo corazón trepidará con el presto del Verano, donde la tensión de la cuerda cobra aliento de absoluto. Le impregnará la también dulce nostalgia de los íntimos celajes del Otoño, y en el Invierno perseguirá los pasos sinuosos del beodo a través del sendero nevado, con ánimo temperado y filosófico. El alma se reconfortará con sus notas como con las más tiernas frases de amor. Cadenciosos arpegios, emotivos increscendos, brillantes trinos. Es la quintaesencia de la cuerda que penetra hasta la fibra más sensible del alma y nos concede el milagro trascendido de la música.
Un gondolero vacila tratando de mantener el equilibro; el bacino acusa el furor de las borrasca: ruge el viento, arrecia el temporal: es La tempesta de mare. Quizá sea el más brillante de sus concerti , un género que Vivaldi apuró hasta sus últimas consecuencias, buscando las más reservadas posibilidades del Allegro y las sutilezas más delicadas del movimiento lento, una parcela donde Handel y Albinoni eran maestros. ¡ Qué suma delicia nos ha robado el tiempo privándonos de escuchar su giardino armónico interpretado por su orquesta de alumnas en el Ospedale de la Pietà¡ Pero Venecia, rescatándolo del olvido, mantiene vivo su legado, y nos reserva su milagro, el sueño de su música imperecedera. No hay más que pasarse por San Basso o San Vidal.
Cierto que hubieron otros muchos músicos en Venecia; el propio Monteverdi fue maestro de capilla de la Basílica de San Marco; destacaron también Tomasso Albinoni y los Marcello. Pero fue Vivaldi, qué duda cabe, el máximo exponente de la música más genuinamente veneciana. En la obra de Vivaldi late esa visceralidad vital y deslumbradora que imprime ese sello característico a la ciudad de los canales.
Entre sus obras, la más celebrada quizá sea Las cuatro estaciones. Su éxito tal vez resida en que su exquisita belleza alcanza al mayor número de sensibilidades. Está comprobado que la obra gusta hasta a quienes por principio son indiferentes a la música clásica. Por mi parte, he de manifestar que es una obra que no me canso de escuchar; tiene un innegable valor terapéutico para cualquier afectado por el estrés y la melancolía; su fluir será como una fuente que mitigue cualesquiera resquemores. En el sortilegio de sus notas se encierra un efectivo antídoto contra la tristeza; cualquier espíritu se elevará al escuchar las alegres notas de la Primavera, arrastrada por el impulso de sus céfiros y el auge nervioso de sus corrientes crecidas por el deshielo. Todo corazón trepidará con el presto del Verano, donde la tensión de la cuerda cobra aliento de absoluto. Le impregnará la también dulce nostalgia de los íntimos celajes del Otoño, y en el Invierno perseguirá los pasos sinuosos del beodo a través del sendero nevado, con ánimo temperado y filosófico. El alma se reconfortará con sus notas como con las más tiernas frases de amor. Cadenciosos arpegios, emotivos increscendos, brillantes trinos. Es la quintaesencia de la cuerda que penetra hasta la fibra más sensible del alma y nos concede el milagro trascendido de la música.
Un gondolero vacila tratando de mantener el equilibro; el bacino acusa el furor de las borrasca: ruge el viento, arrecia el temporal: es La tempesta de mare. Quizá sea el más brillante de sus concerti , un género que Vivaldi apuró hasta sus últimas consecuencias, buscando las más reservadas posibilidades del Allegro y las sutilezas más delicadas del movimiento lento, una parcela donde Handel y Albinoni eran maestros. ¡ Qué suma delicia nos ha robado el tiempo privándonos de escuchar su giardino armónico interpretado por su orquesta de alumnas en el Ospedale de la Pietà¡ Pero Venecia, rescatándolo del olvido, mantiene vivo su legado, y nos reserva su milagro, el sueño de su música imperecedera. No hay más que pasarse por San Basso o San Vidal.