El verano me llevó a tierras gallegas. Para quien habita en el extremo opuesto, dicha opción resulta sobradamente estimulante y llena de atractivos. Mi estancia de un par de días durante el año anterior en Santiago, fue la que me hizo reincidir. Porque la capital gallega es una ciudad llena de fascinación, y su vitalidad, ciertamente, parece resurgir de una fuerza espiritual que, para los católicos, competerá al Apostol y, para los demás, resultará algo tan vivo y evidente que no se lo puede desdeñar. Este motor, sin duda, es el "Camino".
Nunca como este año he estado tentado de emprender el Camino. Hasta el último momento mantuve la reserva con un mayorista de viajes que ofertaba una alternativa del Camino a pie. Abordaba los últimos cien kilómetros del Camino francés, partiendo desde Sarria hasta Compostela, en cinco o seis etapas llenas color y bastante sugestivas, suficientes para torturar los pies y cultivar una bonitas ampollas. Pero ¡que más da!, no involucraremos en el torbellino del Camino. Porque, verdaderamente, la ruta debe andar llena de sorpresas y entre sus peregrinos podemos encontrar los grupos más heterogéneos, cuya motivación final para emprenderla puede dejarnos algo perplejos. El camino real es por fe, ciertamente una fe harto discutible; pero habrá quien se lance al camino por un promesa, para cobrar experiencia, con finalidad deportiva, por inquietudes culturales, e incluso para ligar, porque esta claro que la dilatada fraternidad de la ruta abre todas las puertas. En cualquier caso, el Camino nos invita a que hagamos acopio de sus tesoros más vitales y estremecedores, que calcemos las botas, aprestemos un cayado, una mochila y nuestra más apasionada esperanza y emprendamos un personal peregrinaje, en el que cualquier caso es seguro que encontremos ese algo más.
Hasta hace poco tales nombres y etapas comunes al Camino me eran desconocidos, pero hoy los pronuncio con cierta cómplice familiaridad. Siento recelo de que todavía no hayan formado parte de mi bagaje personal, que no haya conocido su auténtica realidad de primera mano y que sus senderos aún permanezcan en la incertidumbre, en la vaguedad del ensueño. No conozco a ciencia cierta su topografía, pero puedo imaginarla: Vivir en plenitud sus tierras feraces, abrumados por el hondo latido del corazón galaico. Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Vilar de Donas, Monte del Gozo, nombres que hay que penetrar no desde la indiferencia del turista sino desde la vivencia del peregrino que busca en la extensión de las leguas las profundidades de su corazón. En un slogan del Camino leí: en la mortificación está el gozo. Yo no diría tanto, pero es seguro que el Camino reserva un íntima vivencia que se nos irá desvelando durante el ejercicio de la ruta. Quizás"eso" que nos conduce a Compostela es la búsqueda desesperada de nosotros mismos, la ratificación de ese compromiso espiritual en el que descubrimos que ¡sí!, verdaderamente, no estamos solos.
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