CREPÚSCULO PARA UN CUADRO DE MONET

Crepúsculo. La tarde desfallece fatigada de la luz.
Claridad evanescente es la atmósfera tenue. El sol agonizante amarillea, dora las nubes livianas, nebulosas; sus rayos mortecinos espolvorean purpurados la levedad del éter. El azul se vuelve cendal lechoso.
Es una extensa mancha parda el Benacantil. El aire apenas acaricia; la tarde despereza con el rubor voluptuoso de una meretriz. En los jardines, los árboles se ensombrecen, mientras en la copas frondosas se escucha el alborotado frenesí de los pájaros. Algo pasa rasgando el aire; pudiera ser un murciélago.
El caminante penetra el corazón del ocaso. La ciudad endomingada descansa del ajetreo de la semana. Contados son sus paseantes; apenas hay trafico. Las grandes avenidas buscan la lontananza, con dorados reflejos deslumbrando en las fachadas acristaladas. La tierra parece trascendida. El tiempo fluye lleno de presentimientos; teme la noche, donde su corazón recela dejar de latir. Conoce la muerte, por eso abomina ese lado oculto de la creación.
El sol es una bola encendida de oro viejo, un crisol donde se forja el latido vital del universo. La tarde va muriendo; el color se apaga. Las nubes se colorean de un tenue rosa femenino; el sol vierte su estertor entre doradas añoranzas. Llegan las sombras como harapos de misterio para envolver la apatía de la ciudad cansada de discernir. La sutilidad de la luz acaso inspiraría un cuadro de Monet. Pero es la noche con su negligé de vampiresa, adornada con la peineta de bruñida plata de la luna. Todo es acabado. Negro
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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