He escuchado por televisión, como cada año, las noticias referentes al "Aqua alta" que cada otoño-invierno sumerge parte de Venecia bajo las aguas de la laguna. Por mi parte, es una circunstancia que nunca he presenciado in situ, pero que debe ser bastante engorrosa para los nativos y no exenta de pintoresquismo para los turistas.
Cada año, la plaza de San Marco y sus aledaños quedan parcialmente anegados por las aguas, con los consiguientes perjuicios patrimoniales y económicos. Los agoreros anuncian que tales flujos periódicos de la marea acabarán haciendo sucumbir bajo las aguas a la legendaria ciudad de los canales, con todo su esplendor y prestigio histórico. Si tal ocurre, la humanidad perderá una de esas huellas que mantienen viva la memoria de su destino. Porque en Venecia cobra valor el paso de los siglos y se nos recuerda que esa transición de las generaciones nos es una carrera vana, que ese legado de los siglos pasados es el aquilata y da consistencia a nuestro fugaz presente. Pues en Venecia la obra del hombre cobra rango, como dirían los italianos, de capo lavoro (obra maestra).
Nadie desea que este vaticinio pesimista se cumpla. Nos resistimos a creer que uno de los más rutilantes milagros que la humanidad ha producido quede sepultado bajo las aguas como una segunda Alejandría de Egipto. Venecia, la perla del Adriático, debe durante los siglos venideros seguir destellando sus nacarados reflejos sobre el azul de ese mar inmemorial, de ese "mare nostrum " del que la República fue de las más suyas. Sí, Venecia debe ser consolidada, apuntalada, protegida de la ávidez de ese lecho fangoso que intenta engullirla entre las amenazantes fauces del olvido y convertirla en otra Troya, en otra Síbaris. Por tanto, debe ser rescatada como sea del furor de las aguas, como lo fue Moisés, con la cesta, de las aguas no menos voraces del Nilo. ¡Rescatad Venecia!, sea con el plan Moisés o cualquier otra audacia de la ingeniería, porque el espíritu de la humanidad quedará por siempre incalculablemente agradecido, ya que solo por testimonios como el de la Serenísima la llama de su más alta esperanza permanece viva.
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