Es difícil evaluar el peso en la historia del sacrificio de Leónidas y sus trescientos, en el paso de Las Termópilas. Estratégicamente supuso un dilatorio movimiento táctico, un ganar tiempo para que los demás griegos en retaguardia se organizaran. Su inmolación supuso algo así como una victoria moral y dio ejemplo para que la armada griega se batiera audazmente en Salamina y con coraje redoblado su ejército en Platea. Allí feneció la leyenda de los inmortales y el mito de un rey invicto. En efecto, en la llanura se enfrentaron dos concepciones del mundo y del hombre, la tiránica del rey de reyes y la de la libertad bajo la ley, que Leónidas y Temístocles representaban.
Sobre esta segunda estimación se ha construido Europa, bajo los ideales del nuevo hombre filosófico que se atreve a indagar su verdad con valentía. Leónidas, que procedía de un régimen autárquico y disciplinado, anunció unos nuevos tiempos que solo en Atenas supieron representar y legitimar: el desarrollo del hombre en libertad, la practica de la democracia que aun ilumina nuestro milenio.
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