VACACIONES EN GRECIA

He pasado unas cortas vacaciones en Grecia. Allí claramente se respira la esencia mediterránea pero remozada con un tinte oriental, porque como en alguna otra entrada apunté Grecia es la bisagra de esa gran dualidad. Reconocemos a occidente sobre la cima de la Acrópolis o en los paseos por el ágora, pero tropezamos con oriente en los bazares de Plaka, de Rodas o  Creta.

Lo que más llama mi atención de Grecia es su cambio de ritmo; allí el metrónomo de la vivencia oscila con una frecuencia más reposada. Entre latido y latido queda tiempo para saborear la vida. Una vida que en muchos de sus lugares presenta un concluyente matiz optimista, como de ello nos habla la síncopa estimulante de su música, ese Sirtaki o Bouzoki que invitan a celebrar con alegría y pasión cada uno de los momentos.

Hoy día los extranjeros reconocemos a Grecia por sus viejas piedras, en su mayoría vagos vestigios del paso de los siglos, de los terremotos y los expolios. Es lamentable que en suelo griego no exista una Pompeya que reivindique su glorioso pasado, que la distinguió como esa primera potencia de occidente, maestra para todo lo venidero. Esta gran sensación es la que se experimenta en la zona arqueológica del ágora o cuando uno, aun en plena canícula, tras confundirse en esa ilusión que nos propone el tiempo, decide emprender la escalada de la Acropolis.

Cuando alcancé la cima, y vencí el desnivel de los Propileos hasta llegar al área de los templos, supe que esa gran Grecia me esperaba: la que glosó Tucídides en su gloria y decadencia, y en cuyo odeón cantaran los trágicos con esa pasión que vence los siglos; y también allí, en ese hoy semidesmoronado  Partenón, fue donde Fidias acondicionó el  trono mayestático de Atenea, la sabia virgen protectora de la urbe. Es la Acrópolis, la sempiterna Acrópolis dominadora entre la transparencia azul de ese cielo griego, bajo cuya bóveda preside la bandera bicolor ondeando al viento.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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