ASUNTOS GRIEGOS

Atenas es una ciudad a la que hay que cogerle el gusto. Es la ciudad mediterránea por antonomasia. En su orografía y urbanismo puede darse la mano con muchas otras ciudades de la cuenca del mare nostrum. Cuando llegas a Grecia tienes la sensación de no haberte movido del sureste español. Aunque, en verdad, tal semejanza no deja de ser una aproximación a priori. Cuando se la va conociendo, una a una van surgiendo buen número de afortunadas discrepancias.

He conocido Grecia en dos provechosos viajes distanciados en el tiempo, pero que en cualquier caso permiten una perspectiva aproximada. Un primer periplo me llevo por buena parte de la Grecia peninsular, donde descubrí esos enclaves que dejaron una importante huella histórica, como la misma Atenas, o Delfos, u Olimpia, o Corinto, o Micenas, etc. Aquel periplo me permitió el contacto con sus viejas ruinas milenarias, esas a las que no ha perdonado el sedimento del tiempo, ni las convulsiones telúricas,  ni el poder destructor del hombre mismo. El devenir ha arrasado Delfos, sembrado un rompecabezas lítico que torna difícil discernir en su espejismo cuanto en realidad fue. Allí estaba el hogar de Apolo, en ese templo que ya solo reivindican un par de depauperadas columnas desafiando ya sin jactancia la plenitud del sol cuando alcanza su cenit sobre la cumbre del Parnaso. Qué decir de Olimpia, donde yace desmoronado  como por efecto dominó el magnífico templo de Zeus y en cuyo estadio resulta difícil evocar las aclamaciones de triunfo, a no ser que echemos mano de un oportuno Píndaro.
Pero a pesar de todo, sin contar con la fortuna de haber acompañado a Pausanias en el siglo II en su memorable Descripción de Grecia, podemos colegir que sus piedras siguen contando su gran época legendaria y aun podemos celebrar ese apogeo en el deteriorado perfil del Partenón o en la mirada todavía infinita de las caríatides de Erecteión.

Porque bajo su cumbre memorable, Atenas sigue viviendo. Como en la antigua Ágora, la ciudad se contempla en plazas como las del Sintagma u Ommonia; en sus calles se advierte un mismo inquieto pulular; en su comercio se conserva idéntico dinamismo al que tuvo en tiempos de Ampurias o Masalia, de Tartesos o Cerveteri; y en sus tabernas aun pervive el gozo del saber vivir, de saber aguardar el devenir con una actitud sabia y provechosa. Nada mejor que buscar el cobijo de sus sombras en la plena canícula de agosto, mientras se degusta un café fredo a orillas de Ágora y se contempla a lejos la fortaleza imperecedera de la Ácropolis.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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