Desde el establishment se intenta consolarnos de nuestro drama ciudadano con el partido semanal de football, aunque gane quien gane en ningún modo variará un ápice el tráfago de nuestra existencia. Porque hay algunos que en esta mera ilusión competitiva descubren un suerte de sucedeneo comparable con el que las distintas facciones romanas acogían el apogeo que los generales
conseguían con sus triunfos. Que gane o pierda el equipo en el que por razones un tanto oscuras hemos depositado nuestra confianza, es algo que nos proporcionará esa necesaria dosis de ilusión y autoengaño equiparable a la de oxígeno en un enfermo con asma crónico. Verdaderamente, hay algunos que en el football han sublimado sus aspiraciones y sueñan que el gol de Ronaldo o Messi los redima de la frustración de sus limitaciones. Espejismo del que solo el tiempo los hará despertar.
Pero en nuestra sociedad existen otros más drásticos, o elementales quizá, que decepcionados acaso de que cualquier salida sea posible, han optado por ese antídoto de resignado existencialismo que supone la cerveza. Algunos de estos suelen reunirse esporádicamente en una esquina de la calle donde resido, lata de cerveza en la mano, sumidos en la socarrona charla que prevalece entre los adictos al rubio fermento. Seguramente son unos desengañados, que ya ni creen en el Barça, ni en la democracia, ni mantienen la ambición de que su vida pueda cambiar algún día. Se manifiestan como quien conoce que en la particular lonja de su sociedad ya esta todo el pescado vendido, y se contentan con que en el reparto se les adjudique aunque sea una mezquina parte de la morralla. A uno de estos integrantes lo tropiezo frecuentemente, siempre cerveza en mano. Viste con la informalidad del que ya nada tiene que aparentar y cuyo único credo es ya la cerveza, y con ella pasea las calles, en shorts y camiseta de sport, practicando la vieja filosofía que perdura en esta sociedad desde los griegos: vive lo mejor que puedas y deja morir. Porque verdaderamente su predilección por la suculenta bebida energética llega a extremos insospechados. Baste el dato de que dos o tres días atrás lo sorprendí en un barrió distante de la ciudad. Yo iba en el coche, camino del trabajo. El persistía en su sabio destino, lata de cerveza en mano, ropa fresca para mitigar los calores, y su macilento andar por la vida como de andar por casa. No creerá cuantas tentaciones de mejora le ofrezcáis, pues ya solo fía en el regocijo de ese preciado momento de ingerir sus latas de cerveza. ¿Qué es lo que se le había perdido en aquel lejano barrio? Tal vez se tratara de un enojoso imponderable. El caso es que él no apartaba de su sino la realidad de su lata de cerveza. Hablen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías...Y ande yo caliente, y ríase la gente.
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