SONATAS DE BEETHOVEN

Con sus sonatas Beethoven llenó de fascinación la intimidad familiar de occidente. Junto a la calidez del hogar resplandeció sobre los rostros  arracimados en torno al piano la llama de un misterio que al paso de dos siglos aun se sigue descifrando. Bajo su inspiración el instrumento alcanzó una expresividad jamás sospechada. Por vez primera un alma se vertía sobre el pentagrama vibrante del deseo, abierta a una corriente de vida desconocida. Toda forma se sujetaba  al aliento sincero del artista, transformado el equilibrio clásico en anhelo desbordado de infinito. El músico se aleja de las claridades más evidentes y sondea en ese espejismo subyacente de nuestra realidad, en busca de unas claves de las que pueda derivarse una respuesta: la respuesta agónica del hombre, la que en su perpleja finitud le acompaña.

La música de Beethoven se vierte con la virulencia de un torrente por serranos peñascales, brinca, cabrillea entre espumas, se precipita agitada siguiendo el designio de una ignota voluntad, busca sus senderos, no elude su necesidad, apunta variables horizontes, ávidos acaso de un sino sin contrastes: la vastedad del mar. Ese mar que la diversidad del camino justifique, donde la vida se trascienda en respuesta  serena y eterna, en luz que clarifique el misterio del sonido, cuya esencia sea radiación no sima insondable. Silencio. Oscuridad.

Es posible que al final del camino nos miren los ojos yertos de la muerte, que tras el misterio de la vida de la música nos aguarde el silencio. Silencio, olvido eterno, lo contingente contrito en su propia nada.
Pero sin el silencio no existiría la música:: contraste de silencios y sonidos en el tiempo. La música es grande porque sabe contener su propia negación, como nuestra vida preserva el germen de la muerte. Por tanto vida y muerte una sola cosa son. Pero lo importante es lo que haya más allá de la vida y de la muerte.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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