La tarde toledana despereza
lentamente-sopor de siesta estival-,
sin estrés ni obligaciones ni gentes.
Frente a mí se yergue el bronce
de Garcilaso que, con mirar de infinito,
escruta el cielo azulado de Toledo.
Siglos ha que sus horas pasaron;
solo su voz resuena en los libros
como burlando su eco el olvido.
La plaza presiente momentos remotos
y, desdeñada en su aislado recodo,
resguarda su verdura recóndita,
el vuelo de las aves, el recuerdo de la santa,
la paz de la tarde y una emoción extraña
que pueda ser poesía.
Toledo ya casi no evoca;
la llenan los turistas, ruidosos y estrambóticos.
Pero en su loco vaivén,
aún puede retener un poco de lo ido.
¿Qué decirte, poeta, ante tu lírico ademán?
Reposa tu sueño, y que tu lira
recupere esos aires graves
cuando de Toledo era la gloria
y del Tajo bucólico, la lírica Arcadia.
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