Me ha parecido extraordinario el retrato que pintara Rubens del rey Felipe IV y que hoy se halla expuesto en Madrid. Aunque solo he podido contemplarlo por televisión, las carencias del medio no han podido ocultar sus manifiestas virtudes. En el cuadro concurren todas las excelencias del gran maestro flamenco: su vitalidad, su rigor, su virtuoso dominio de la expresión, la versatilidad de su plástica, su magia en el color. En el retrato observamos un Felipe IV en su mejor momento, exaltado por los pinceles de Rubens a la calidad de icono, mostrando sorprendentes aspectos del monarca, que lo revalorizan. Es patente la distinta mirada que Rubens nos ofrece en este magnifico retrato del rey respecto de la de Velázquez. El maestro sevillano siempre que se acercó al monarca lo hizo desde un desengañado sinsabor cortesano, inmerso en ese escepticismo de la España demacrada. El cuadro de Rubens, sin embargo, destila la esplendida brillantez y esperanzado augurio de un rey para Europa. Un rey que desborda un futuro de optimismo para una España que no fue. Este contrasentido quizá se justifique comprendiendo que a través de la figura del rey contemplemos al propio Rubens, en todo el apogeo de su desbordada genialidad.
El Felipe IV de Rubens, un cuadro portentoso que el Prado no debe dejar pasar.
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