París la frívola,
la dama galante
solo atenta a sus coqueterías,
en el vértigo de su fiesta
sucumbió a los terrores del crimen.
Los señores de las sombras
perpetraron su macabra ceremonia
con nocturnidad y alevosía.
¡Sangre sobre París,
ríos de sangre!
El ratatatatá de los Kalashnikov
con maldición de rayo
que rasga el negro velo de la tormenta
demolió el misterio de su glamour.
La vida transcurría dulcemente
pero el hocico de la hienas
reclamaba el sabor truculento de la sangre.
Sus fauces homicidas
querían triturar entre la dentadura
la tierna víscera de la paz.
¡Sangre, más sangre sobre París!
París entre deflagraciones y ráfagas
de exterminio, rigores, devastaciones;
sus calles muestran el paisaje de después de la batalla.
París volvió a revivir
el viejo mito de Caín,
volvió a rezongar la rancia sentencia:
"El hombre es lobo para el hombre".
Pareció de nuevo la paz una tregua
entre dos períodos de guerra.
Las balas arbitrarias erizaban de horrores la ciudad
con su sesgo definitivo de guadaña,
con sus silbos de destrucciones,
con sus impactos de silencio y óbito,
sembrando de cadáveres una noche
que no volverá a conocer otra aurora.
¡Sangre, la sangre fluye a borbotones
por las venas de París!
Quizá sea sangre culpable como la de todos los hombres,
pero su grito desesperado en el valle de la muerte
clama su derecho de justicia al Principe de Paz.
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