Durante mis primeros años como lector siempre mantuve una comedida precaución hacia la novela el Don apacible, de Shólojov. Ni que decir tiene que nunca la leí, que ni siquiera la compre con vistas a dar cuenta de ella algún día remoto. El principal escollo que presentaba era su extensión inusual, tan inaccesible a la lectura como las largas sagas de Dumas. Por otro lado, me atraía, pues en aquel tiempo, cuando aún mantenía cierta actualidad, yo tenía recientes las lecturas de Tolstoi y Dostoyevki, y me había familiarizado con la atmósfera rusa.
Por entonces yo desconocía todo sobre Shólojov, además de catalogarlo como un escritor posterior al gran siglo de la novela en Rusia. Y aún hoy, mis datos sobre él vienen a ser precarios, arrancados apresuradamente de la wikipedia. Sé que escribió el Don..., que perteneció al partido comunista de la URSS, y que recibió el Nobel. Tales detalles crean de él un perfil de escritor socialmente aceptado, encumbrado por el sistema, cuyo molde se utiliza para disciplinar al pueblo y construirle un nuevo mundo de mitos y fábulas. No sé si Shólojov podrá aportarme algo nuevo a día de hoy, ya que todo reciente acercamiento a la novela rusa no ha venido más que a confirmar que ni Tolstoi ni Dostoyevski han sido superados, y no creo que Shólojov llegue a convertirse en la excepción.
Hoy, a un precio ridículo, he adquirido los cuatro tomos de una vieja edición del Don apacible. Ignoro si la vastedad de su texto me inhibirá de hincarle el diente en el futuro, pero cabe la posibilidad de que, así como un buen día me atreví con Pasternak, también me zambulla en ese mundo pintoresco y lejano de los cosacos rusos; aunque es claro que en el día de hoy, donde priman la premura y la síntesis, la dimensión desmesurada del Don...no deje de constituir un persuasivo impedimento.
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