En los inicios de mi juventud como lector era primordialmente adicto a los libros de la colección Reno, de la editorial Plaza y Janés. Esta fidelidad se mantuvo hasta que dejaron de editarse. La razón principal de tal predilección seguramente era de índole económica, pues su precio se acomodaba como ningún otro al austero bolsillo de un joven, amén de que mis exigencias como lector por entonces eran de lo más normalito. Por medio de esta colección llegaron hasta mí libros de lo más diverso. De entonces guardo en mi biblioteca algún que otro ejemplar. La magistral Cumbres Borrascosas, por ejemplo, la cual me niego a leer en una versión diferente, pues considero que en este tipo de ejemplar popular es en donde hubiera querido Emily Brontë ver divulgada su novela. A través de Reno, descubrí a Thomas Mann, del que guardo los dos viejos tomitos de Los Budenbrook. Mas tarde abordé esa lectura incomparable de la novela que me resulta más afín, La Montaña Mágica, en la excelente traducción de Mario Verdaguer. Con Reno a su vez, me acerqué a algunos escritores más modernos, como Jean Larteguy, de quien devoré su trilogía bélica, cuya enseñanza no estoy seguro de que fuese recomendable. Recuerdo que por mis manos pasó alguna novela de Somerset-Maughan, Soberbia, y El Hombre de Kiev, de Bernard Malamud .
En aquella época de formación, mi apetito de lector se acompañaba de algunos prejuicios. Rehuía un tanto la lectura de autores españoles, a excepción de los clásicos cuyas obras juzgaba indispensables, y abrigaba grandes recelos hacia la literatura escrita por mujeres. No fueron pocas la féminas que vieron publicada su obra en Reno, Daphne du Maurier, Vicki Baum, Pearl S. Buck, etc... Confieso no haber leído a ninguna, de lo cual hoy me arrepiento. No obstante, para remediar esta carencia al fin he conseguido, tras una larga búsqueda, el ejemplar de una de ellas, cuya tentación ha pervivido a través de los años. Se trata de Viento del Este, Viento del Oeste, de Pearl S. Buck. Podia haberlo adquirido en la versión de otras editoriales, pero esperé hasta encontrar el modesto ejemplar de Reno. Últimamente, me tienta la lectura de esta escritora norteamericana que afirmó su raíces en China. Fue galardonada con el premio Nobel y su obra se muestra variada y extensa. Fue Pulitzer con La Buena Tierra y sus libros tuvieron una aceptable difusión mundial. En Reno, se publicó un buen número de sus novelas, bastante bien acogidas por un público mayormente femenino. Pero relegado este prejuicio, por fin me he adentrado en ese mundo oriental de Pearl S. Buck, en esa China ya casi legendaria, donde aún estaba pendiente la revolución maoísta y la contemporánea globalización. He leído los primeros capítulos de Viento del Este, Viento del Oeste y confieso que la escritora norteamericana subyuga desde las primeras lineas. Se acerca a ese exótico universo con respeto y delicadeza, como requiere la pintura oriental de impresiones evanescentes. Nos abre un mundo hoy fugitivo en el que prevalecen otras coordenadas. Admira cómo desde el esquema occidental se puede interpretar el fondo de una cultura de raíces tan antagónicas. La China de Buck es esa que siempre habríamos ensoñado, y la escritora nos la desmenuza con el buen sentido y pulso poético que merece un mundo que implantó su atávica huella en el corazón de alguien que amó esa civilización, lírica y trágica como en el Turandot de Puccini, en un contraste genuino de valores.
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