el sabor amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos
de Algeciras a Estambul..."
He bajado, Mediterráneo, hasta tu playa.
Tu mar estaba calma
en la mañana radiante.
La tersura de su cielo
presagiaba lo inefable.
Apartando de mi ser el frío velo,
pude sentir tu latido entrañable.
Pronto presentí en las venas
tu corriente de espumas y sal,
mientras diluías mis penas
y borrabas de mi horizonte el mal.
Te recordé como la fuente
juvenil de mis ensueños,
cuando, prófugo de clase, para verte,
acudía a tus orillas con empeño.
No me importaba el futuro ni la escuela,
solo me bastaba contemplar
sobre tu azur una vela
y conjugar el verbo amar
sobre aquel retrato de niña
que guardaba en la cartera.
No es extraño que tu borde ciña
la cintura de mi tierra levantina,
donde la vida se apura y se venera,
su sed de tormenta y primavera.
Corto es tu vocablo, pero vasto
su contenido y desmesura,
breve sílaba que abarca
la bonanza y la bravura,
recreo para el civil,
para el marino singladura.
Siempre destaca en tu acuarela
la pincelada de añil,
el triángulo de la vela
sobre la embarcación de carmín,
las nubes largas, deshilachadas
por donde filtran dorados rayos.
Viejas hazañas, ya desechadas,
pueblan la leyenda de tus muchos años,
surcos de gestas y de batallas,
ecos de naufragios y de sirenas,
glorias contadas y muchas penas
cumplen tu crónica, Mediterráneo.
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