El Eros de Visconti
Luchino Visconti despertó mis simpatías durante mi juventud, acaso por su gusto por una cultura decadente y transgresora a la vez. Conocido era su gusto por épater le bourgeois, objetivo plenamente conseguido en el film La cadutta degli dei con el numerito de Helmut Berger imitando a la Marlene Dietrich del Angel Azul. La cinta estaba basada en la obra de Mann los Budembrook, pero obviamente el escritor germano nunca hubiera osado incluir en su obra tan escandaloso inserto. Visconti sentía cierta afinidad por Mann, que le proporcionó argumento para otro de sus films más emblemáticos: La muerte en Venecia. Obviamente algo más que sus complicadas sexualidades encaminó al cineasta hasta la obra del novelista. Me pregunto qué hubiera hecho Visconti con un material tan privilegiado como el de La Montaña Mágica. Pero parece evidente que la odisea de Hans Castorp no era su tema. Visconti era el hombre del melodrama, de la intensidad de la ópera. Tal fascinación lo condujo hasta Maria Callas. En esta colaboración quizá se pudo encontrar al Visconti más generoso, cuando acaso en los brazos de la Diva pudo alcanzar alguna suerte de redención wagneriana. Mi bisoña juventud, desorientada y sensible, ingenua e inerme para dejarse embaucar por cualquier altisonancia, se acercó a los cantos de sirena provenientes de la exquisitez decadente de sus films, donde el pecado maquillado de pataleta aristocrática y aforismo nietzscheano halagaba nuestros oídos con su diatriba alternativa y nebulosa. Su daimon lo llevó hasta un paroxismo de esteta desengañado. Buscó lo elemental (fue precursor del neorealismo y comunista convencido), cuando ello le estaba vedado por cuna, y tuvo que replegarse en sus feudos. En Luwig II debió de dar su todo de sí. No supo encontrarse, y se disipó. Su cine sirvió de fetichismo para amanerados. Duro es el testimonio de Helmut Berger y Bjor Andresen, aunque cada palo debe sostener su vela. Con Callas tal vez hubiese reconocido lo inefable, esa perla escasa que rebuscó en la música de Malher y Bruckner. Desprendiendo la venda de Apolo, se anegó en el magma de Dionisos, en pos de la forma evanescente de Tadzio. Excusad el tono moralizante, pero ante todo...la inocencia.
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