Tropiezo con un libro algo insólito, un poema épico, en viejo romance, escrito en el siglo XX. Su autor nació en 1930, en una localidad leonesa, por lo que no le es del todo ajena la tradición épica castellana. El tema del largo poema es el de Los comuneros, asunto que conmueve la fibra sensible de cualquier habitante de Castilla. El libro lo avala unas palabras preliminares de Vicente Alexandre, donde se pondera la obra y el talante del poeta. Es oportuno este comentario del Nobel español, pues sin su acercamiento tal epopeya se nos antojaría una aventura extravagante y desfasada. Nada más reñido con nuestra poesía de hoy que semejante retroceso estilístico y argumental. Dejemos tan rancios asuntos a los minuciosos filólogos románicos, con sus flores nuevas de viejos romances.
Así como el espacio de las momias son los museos, el de la épica es la mohosa biblioteca del erudito. En verdad, ¿a día de hoy no se pueden traspasar tan convencionales límites?
El gran poeta que fue Neruda añoraba aquella poesía que desde el lacónico poema del Cid llevó a deslumbrar con obras tan fundamentales como la Araucana de Ercilla o Las Luisiadas de Camoens.
¿Por qué el poeta de hoy no puede regresar a la fecundidad de tales gestas? ¿Acaso porque en nuestras sociedades ya no campea el héroe sino el antihéroe? Estamos prevenidos de todo cuanto destaca, y nos parece de mal gusto cualquier conato de presunción. Ser comedido es una loable virtud burguesa, y sentimos rechazo por todo aquello que pretende la desmesura. Algo de esto debió sentir el poeta Luis López Alvarez en su fuero interno cuando fraguó su poema, por que en una época donde prima lo pedante, lo intimista, lo subjetivo, abordó su abundoso cartapacio secular, donde lo colectivo, lo coral, se imponen como una aberración del gusto imperante.
El escritor de hoy se cree con la obligación de la genialidad, con el imperativo de innovar. Si un escritor no alcanza con su obra tan genuinas aportaciones como las de un Joyce o un Proust, debe darse por fracasado. Parece ser que está vedado escribir por una mera satisfacción, sentimiento por el que estoy seguro se dejó guiar el poeta de Los comuneros. Le apeteció el logro de un gran poema épico a la antigua usanza y no se paró en barras. Análogo impulso me llevó a mí a escribir mi anacrónico poema Mantinea. Muerte de Epaminondas. En un mundo donde la épica se encuentra en los espacios interestelares del futuro, también puede quedar un resquicio para lectores de poemas añosos como los de López Álvarez y el mio.
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